Felipe Albarrán, la administración de fincas en el Casco Antiguo

La administración de fincas es una tarea en la que profesionales lidian diariamente con todo tipo de problemas que puedan surgir en una propiedad; y si en cualquier comunidad de propietarios surgen incidencias a lo largo del año, en el Casco Antiguo, teniendo en cuenta la antigüedad de las comunidades (si es que la tienen), esos problemas son de naturaleza diferente. Sino que se lo pregunten a Felipe Albarrán, administrador de fincas en el barrio histórico, situándose su despacho en la calle Donoso Cortés desde 1997 y en la calle Obispo San Juan de Ribera desde 2008. Hablamos con él sobre sus experiencias en este campo y otras facetas que combina dentro del ámbito de la cultura, como fue su labor en el Arzobispado de Badajoz

¿Cuándo comenzaste en la administración de fincas?

Me adentré en este trabajo allá por 1991. Llevo más de treinta años ejerciendo una profesión que me ha permitido conocer a mucha gente, muchas situaciones. A pesar de los sinsabores, porque es un trabajo desagradecido, son muchas las satisfacciones en forma de relaciones personales que se han alargado en el tiempo, siendo el mejor rédito de mi trabajo. Soy Ingeniero Técnico Agrícola y, por cuestiones largas de contar, opté también por la administración de comunidades de propietarios. Te obliga a ser una especie de psicólogo, pues tienes que templar con mucha gente. Y hay que tener fortaleza de ánimo, pues de lo contrario no se pasa bien. Ves muchas cosas, situaciones que no deseas, muchos comportamientos que te llevan a preguntarte si se le da, en verdad, a cada cosa la importancia que tiene.

La oficina está en la calle del Obispo ¿Por qué elegiste el Casco Antiguo como sede?

Fue algo casual, o quizá no tanto. Soy de Badajoz, nacido y criado aquí. Cuando yo era joven en esa edad en la que se forja el carácter de las personas, el Casco era la vida de Badajoz; las tiendas estaban en el Casco. Yo estudiaba en los Salesianos y llegar hasta allí era casi salir de Badajoz, y sin casi. Era lo último que había. Después ya hemos visto que es el Casco el que se ha quedado casi en un extremo de la ciudad. Pero sigue conservando su esencia, aunque no su presencia en el peso socioeconómico de la ciudad. Pero vayamos al grano. Buscaba sitio en 1997 para poner mi despacho, entonces en solitario, pues hasta ese año lo tuve con unos socios un tiempo. No podía acceder a algo caro, por lo que le compré al Colegio de Ingenieros Técnicos Agrícolas el antiguo local de su sede en el edificio Zeta, en la calle Donoso Cortés. Me atraía el casco, mi mujer nació en la calle Arias Montano, la vida de ocio la hacíamos en los bares del Casco. Ya entonces tenía mucha relación con sacerdotes que desarrollaban sus funciones en el Obispado. Todo ello, y las reminiscencias de mi juventud, tiraban de mí hacia el Casco Antiguo. De la calle Donoso Cortés, en al 2008, me vine a la calle Obispo San Juan de Ribera. Y ahí sigo, sin idea de moverme. ¿Que no es cómodo para la gente? Mi compañero de despacho y yo tenemos comunidades dispersas en varias zonas de la ciudad. Hoy se va poco a los despachos, casi todo funciona por el teléfono y correo electrónico o mensajería. Estamos a gusto en el Casco, nos sentimos bien, al menos hoy por hoy.

En esa misma calle encontramos el Arzobispado, hasta hace poco has sido jefe de protocolo ¿Cómo era esa labor? ¿La compatibilizabas bien con el negocio?

La labor era ilusionante para quien le guste el tema. Lo mío ha sido un servicio altruista a la Iglesia. Quiero aprovechar la ocasión para decir que nunca he cobrado un solo euro de la Iglesia por mi servicio como Jefe de Protocolo. Es más, me ha costado dinero, no me importa decirlo. Han sido trece años que los recordaré toda mi vida. No fueron fáciles los comienzos, porque no era un cargo existente con una parcela de trabajo delimitada. Era algo nuevo que instauró Monseñor García Aracil, que creo que acertó al hacerlo. No lo digo por mi nombramiento, sino por la función que se ejerce, al principio no bien entendida, incluso por muchos sacerdotes. El tiempo demostró el acierto de la decisión de un buen Obispo, Don Santiago. En cuanto a compatibilizarla lo llevaba bien, salvo algunos momentos puntuales en los que se juntaban asuntos de trabajo, a los que no se puede dejar de atender y actos o servicios en la Curia o en la Diócesis. Pero supe, con la ayuda de las personas que he tenido en mi despacho, llevar todo adelante. Los fines de semana me dedicaba más al Protocolo, aunque a veces, si entre semana tenía algo de este tema, dedicaba el fin de semana a poner en orden el trabajo profesional. Creo que lo he podido compatibilizar bien, la verdad.

Estando en el Casco Antiguo administrareis algunos edificios de la zona ¿Qué dificultades extra se presentan en edificios tan antiguos en comparación con otras zonas más recientes?

Muchas, la verdad es que muchas. La gran mayoría de ellos, por ejemplo, no tienen ascensor y dotarlos de ellos a veces es imposible. Ello impide que personas mayores a los que les guste el Casco no puedan venir a vivir en él. También se dan casos de edificios muy abandonados por diversas causas; las hay económicas, pues hay gente mayor, con pensiones muy ajustadas, que les impiden afrontar algunos gastos de conservación y mantenimiento. Cierto es que hay ayudas y subvenciones del Ayuntamiento y otros organismos, pero no es fácil la cosa, no. El saneamiento es otro de los problemas comunes, pues son conducciones muy viejas. Y por no contar los casos, muchos, que se dan de edificios que se meten unos en otros, cuyos problemas vienen de las defectuosas o incompletas inscripciones registrales para resolver aspectos de participación en gastos, actuaciones… Y las cubiertas, muy antiguas muchas de ellas. Evidentemente no son los mismos problemas que en zonas residenciales más modernas.

¿Cómo ves la situación actual del Casco Antiguo en comparación con años atrás?

Pues diré que, aunque se han hecho cosas en estos últimos años, hay mucho por hacer. No es sólo una cuestión de las administraciones públicas, no; tiene que involucrarse el propietario, el poseedor de un negocio, el arrendatario… Todos estamos obligados a la conservación de algo que es la seña de identidad de Badajoz, o lo ha sido durante muchos años. No me atrevo a decir qué hacer, por dónde empezar o, quizá, cómo seguir con lo que se está haciendo. Hay cascos históricos de ciudades que son una maravilla ¿Por qué no conseguirlo en Badajoz? Puede ser una utopía, pero muchas utopías se han hecho realidad con el paso de los años. Se ha centrado mucho la vida en el Casco en la hostelería y creo que hay que volver a llevar comercios de otro tipo. Son pocos los que quedan de los antiguos y valoro el esfuerzo de quienes optan por establecerse en el Casco. Quizá pase por la especialización en un nicho de mercado la puerta del Casco a la vida comercial. Juega en contra las facilidades de aparcamiento, de circulación de otras zonas, algunas de ellas muy alejadas del Casco Antiguo. Pero todos debemos luchar por revitalizarlo. Permitir la huida del comercio provoca minusvaloración de las viviendas. Para terminar, diré que ha cambiado, en algunas zonas, con respectos a algunos años atrás, mucho a bien, pero vemos como en ciertas calles empieza la huida del comercio, lo que juega en contra. No es fácil conjugar todos los intereses de todas las zonas de la ciudad cuando son muy variopintas entre ellas. Hay zonas con mucho sentido de barrio. Y eso, en el Casco, se ha perdido, salvo por un número de familias ciertamente corto.

También está tu faceta de escritor, recientemente has publicado las «Crónicas del confinamiento» ¿Tienes algún otro proyecto entre manos?

A mí me gusta escribir de vivencias particulares. Soy, digamos, una especie de cronista a quien le gusta compartir con los demás sus vivencias, entre las cuales dejo caer reflexiones cuasi filosóficas que dan que pensar, o eso creo. De los viajes saco relatos y ahora estoy en uno de ellos, pero no sé si verá la luz, pues una vez lo termine meditaré si puede tener interés o no. Me gustaría adentrarme algún día en la novela, pero lo veo difícil, la verdad. Lo que sí tengo claro es que el día que decida retirarme, y espero tener salud para que tarde en llegar ese momento, además de ocuparme en alguna labor altruista, dedicaré mucho tiempo a la escritura. Tengo algo en la cabeza, pero no quiero desvelar nada, no sea que no se cumpla.

 

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