“Cada Punto de Vista” – Mai Saki

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Una mancha en la luz, desenfocada y sin detalles, tal y como imagino que tus ojos ven la vida.

La Plaza Alta, justo donde vive Mai Saki, el corazón del corazón del Barrio Alto, es el punto de encuentro con una de esas personas a las que me apetece entrevistar desde hace tiempo, pero no se ha terciado. Lo que son las cosas, pienso mientras atravieso la calle San Juan: “una ciega que percibe el mundo casi como manchas de colores,  va a entrevistar a una artista que lo visualiza a través del objetivo de su cámara, con todo lujo de detalles, incluso crea reflejando lo que puede ver ,como una forma de vida, como una expresión, como un todo. Pero  es que, además, después le haré yo misma la foto. Cuando menos, la circunstancia resulta curiosa, desde luego”.

Camino segura aunque esta vez el salto es grande y soy consciente de que hago sola un tramo más largo que en otras ocasiones, puesto que siempre suelo quedar con los entrevistados  en la Plaza de España que ya he dejado atrás hace algunos minutos. Pero si no fuera por unas obras que me encuentro en la bifurcación de las calles que suben justo al pasar el Silencio, en la “Y griega”, como las llamo yo, hubiese llegado perfecta a mi destino. Cuando voy desde la calle San Juan a la Plaza Alta, mi truco es orientarme por los dibujos que traza el suelo que me corroboran que voy bien. Parezco Dorothy  en el Mago de Hoz, siguiendo el camino de baldosas amarillas.

En unos minutos me encuentro a la sombra de los toldos de la terraza de la Casona Alta porque, aunque no son aún ni las diez de la mañana, la cosa ya promete. Espero un ratillo pero decido llamarla por teléfono. Ya me avisó de que:  “soy muy despistada” y que primero iba a sacar a sus tres perros y luego bajaba. Todos los verdaderos artistas son despistados, pienso mientras tanto y suelen ser bastante más profundos y encantadores que despistados. Eso también lo pienso, mientras un violín toca una melodía premonitoria muy cerca de donde estoy,  “A Mi Manera”. Pero poco me da tiempo a pensar más porque llega un torvellino que suena a voz fresca y espontánea y a un par de chanclas que corren hacia mí: “Susana, Susana, ya estoy aquí”.

Ya lo creo que estaba allí y de qué manera. Sí, porque desde el primer momento y sin ser consciente de ello,  Mai Saki arrasa y brilla con una luz propia incandescente que no puede, ni debe, ni quiere evitar. Yo me dejo alumbrar y casi sin que me dé cuenta, la tengo sentada en frente, en una de las mesas de la Casona y Lolo, el camarero, ya nos ha servido dos cafés. Comenzamos a conocernos hablando una y la otra con una intensidad de vértigo. Ansia diría yo. Ansia de saber la una de la otra, como si un reloj de arena nos estuviese robando el tiempo con su impertinencia. Como  si quisiésemos llevarnos todo, ella de mí y yo de ella. “Lo sabía”, le digo en un momento de la conversación. “Sabía que eras así, por lo que me dicen tus publicaciones de Facebook y lo que había oído hablar, te imaginaba así”. Le cuento lo que veo y cómo lo veo porque quiere saberlo. Desea fervientemente tener una idea exacta de cómo percibo nuestro mundo. Pero  parece que hace mucho que lo ha entendido por la forma en la que me ha guiado hasta dentro del bar y a la mesa. Saca una libreta y empieza a escribir, dibujar o yo que sé porque ni aunque me lo acercase a los ojos, podría distinguirlo. Pero  dice varias veces: “tía, es que me has inspirado, me has inspirado”. Ella también me inspira y ahora quiero saber que hay dibujado en los tatuajes de sus brazos que para mí, son manchas oscuras, no se si verdosas, grises o azuladas , de varios tamaños. Me toma la mano y me la hace pasar por la cara de un galgo, unas flores o una máquina de fotos antigua, entre otras figuras y una vez más, tengo que decirlo,  a mí también me inspira porque hace algo que sólo han hecho conmigo los niños pequeños, nunca un adulto: ponerte la mano sobre algo que no tiene relieve, pero que a la vez, te van describiendo. Parece como si  quisieran que no perdieras detalle alguno, como si supieran que mis manos son mis ojos y su voz, mi imagen. La empatía pura.   Entonces analizo una realidad maravillosa y absurda: “vamos a ver”, le digo: “resulta que quien entrevista soy yo y la que saca una libreta para tomar notas eres tú que encima  aseguras que te inspiro…”. Ella levanta la cabeza de su papel y lo constata rotunda: “pues sí, tía, en este momento tengo una inspiración brutal y ahora cuando terminemos la entrevista y me hagas la foto, me la pasas que la voy a retocar porque quiero que publiques esa foto tal y como yo creo que tú miras el mundo. Una mancha en la luz, desenfocada y sin detalles, tal y como yo imagino que tus ojos ven la vida”. Claro, la entrevista, sí, cierto…. Y así sin más, continuamos conversando pero aprieto el “Rec”, que ya era hora.

“Soy  una persona que anda por el mundo intentando sobrevivir, con los brazos llenos de tatuajes, tres perros en mi casa, una novia maravillosa y una cámara colgá del hombro”. Así se autodefine Mai Saki cuando le pido que sea ella misma la que se presente.  Pero enseguida llega a nuestra conversación el verdadero “YO” que habita en la fotografía. “Empecé a hacer fotos desde niña y recuerdo que se las hacía a los perros porque me gustan mucho y porque estaban a mi altura. Sin embargo, la fotografía entra en mi vida de una manera más seria y profesional cuando mi padre me regala un ordenador y me compro mi primera cámara”.

Por entonces, quizá Mai Saki aún no sabría la importancia que iba a tener la fotografía en la vida de una de las personas más sensibles que he entrevistado. Me cuenta que cayó en una gran depresión en Barcelona y empezó a hacer fotos a la calle: “la verdad es que yo siempre me había tirado a fotografiar a  los indigentes así de boca, porque siempre pienso que cualquiera podemos serlo”. Comenzó entonces su afición por la foto social ya que, reconoce, “es mi forma de hablar, de reivindicar…”. Y llegó su primer trabajo fotográfico titulado “Barcelona, las Otras Esquinas”, que realizó en la última etapa de su vida allí. Después llegó a Badajoz, “por amor”, como recalca, cumplidos ya los treinta años.

Para Mai Saki, su cámara es mucho más que un “Alter Ego”. “Para mi la fotografía es yo. Es mi vida. Mi vida no existe sin la fotografía y todo mi mundo gira en torno a ella”. Sin embargo, reconoce con añoranza que lleva dos años algo más parada por cuestiones familiares y personales pero realmente, aclara que no se ha tratado de un parón, porque la muerte de su padre reflejada a través del objetivo de su cámara, le ha servido como la mejor de las terapias para  sobrellevarla. “La fotografía es quien me ha salvado la vida en más de una ocasión. Yo era una persona que no tenía las cosas claras y el mundo en el que vivía no me gustaba y en mi trabajo “El Lugar Donde Habito” queda muy bien reflejado todo esto”.

Justo aquí, le pido que nos detengamos para que me explique los aspectos principales de una obra a la que se ha referido en varios momentos y me asegura que “fue una especie de exorcismo y se trata de un proyecto que tiene doble sentido”. Por un lado, comenta que refleja los lugares físicos donde se mueve, las calles y plazas por las que pasea y vive. Pero por el otro, “hago ver donde habitaba, esa especie de submundo en una vida bastante perdida”. Este último trabajo publicado por Fundación CB, recopila fotografías realizadas durante ocho años y, tan espontánea como siempre, me comenta que “surge porque hago fotos a los sitios por donde vivo y paso cada día y porque llevo siempre una cámara”. El objetivo, también lo tenía muy claro: “yo quería sacar esas fotos para dignificar la parte que nadie quiere ver del Casco Antiguo, porque la gente que consume drogas, no significa que no sean personas”. “Hay muchos que esto no lo quieren  ver y otros  que lo quieren ver, pero para eliminarlos y no para ayudarlos”. “Incluso para discriminarlos porque las minorías siempre son discriminadas. Es lo más sencillo”.

No me gustaría dejar de lado la situación de confinamiento que nos ha traído la pandemia y las consecuencias que está suponiendo para la cultura; un bien que parece preciado para cualquier sociedad en la teoría, pero que en la práctica, desgraciadamente,  no se muestra tan prioritario como debería. Para Mai Saki, resultan necesarias instituciones como la Fundación CB que apuestan por la cultura y la acción social de manera evidente, por ejemplo  publicando trabajos como el suyo y sobre este confinamiento y la situación de los artistas en general, opina que “ durante estos meses todos nos hemos dado cuenta que sin cultura no se puede vivir”. “Yo creo que ya es hora de que se deje de invertir en cosas que son tonterías como lo de gastarnos dineros astronómicos en televisión basura y de que se empiecen a promocionar programas culturales o que se forme a los niños y niñas”. Se muestra preocupada porque se están “cargando todo lo que tiene que ver con el pensamiento que al final, es lo que hace al ser humano distinto y están fabricando tropeles, todos iguales”. Para Mai Saki, ese rasgo de lo difícil de la cultura, es lo más bonito porque te hace reflexionar y tardas más en llegar hasta ella, por eso, “pienso que hay libros muy buenos que no se leen y hay otros que aparecen como Best Seller y resultan un verdadero mojón. También está la implicación del individuo y muchas veces, somos perezosos y si llegamos hasta aquí, para qué vamos a caminar más lejos”. Encima, asevera,  “se fomenta esa pereza intelectual porque es mucho más fácil doblegar a una sociedad intelectualmente pobre y mediocre, que a una sociedad capacitada, leída y culta”.

Ahí seguimos ambas, sin prisas pero sin pausas, inmiscuidas en una conversación de palabras y gestos a borbotones en el corazón del corazón del Barrio Alto, ese lugar de ARTISTAS en el que siempre tienen tiempo para una. Me pregunto en voz alta, junto con Mai Saki, la razón de que haya tantos de estos en el Casco Antiguo y ella lo tiene claro: “yo jamás me mudaría a vivir a otro sitio que no fuese la Plaza Alta”. “Los cascos antiguos de las ciudades son las almas y todo sale y se extiende en torno a ellos. Poseen esa magia  que se transmite de generación a generación en forma de esencia antropológica y los artistas nos venimos aquí para impregnarnos de eso”.

Frente a los argumentos de que el Barrio Alto de Badajoz está encajonado o, de que no se va a poder regenerar o de que es inseguro sobre todo por la noche, la respuesta tampoco tiene desperdicio. “Todos los cascos antiguos de todas las ciudades no tienen por qué ser iguales. Este es así y punto. No hay más. No hay que exigir que sea diferente. Tiene una Alcazaba, tiene sus limitaciones arquitectónicas y ya está, no pasa nada”. En cuanto a los negocios situados aquí, para Mai Saki, las instituciones sí que juegan un papel importante, “porque deben fomentar más los negocios que son un tejido social que sí que hace que la gente suba hasta el Casco Antiguo y que se invierta en esas medidas, entre otras como, por ejemplo, alquileres más sostenibles o creación  de talleres para artistas. Sin embargo se apuesta por los grandes centros comerciales como el Faro y aunque cada uno apuesta por lo que quiere, yo creo que unas cosas dan dinero y otras enriquecen  culturalmente”.

Como residente en el barrio Mai Saki recuerda cuando llegó de Barcelona, tras doce horas de tren y vio la Plaza Alta desde el coche, “porque todavía entonces se podía circular por aquí y dije, ostras, eso qué es…una amiga mía vivía en los que llaman los “Pisos Coloraos”  y dije, pues yo quiero vivir ahí y lo conseguí, sabes por qué… porque la vida es tenacidad”.

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