«Cada Punto de Vista» – Los Rodríguez Arbaizagoitia o los «Hermanos Teófilo»

“En el año 93, cuando no había ni Internet en las casas, antes de que Repsol tuviese página web, nosotros fuimos los primeros en recibir pedidos vía E-mail. Fíjate si somos modernos”.

Hoy me reciben, aunque sin saberlo, las voces de “Piterpan” que parece estar esta mañana fresca de agosto, un poco más eufórico que de costumbre. Quizá él no lo sepa, o sí, pero sus frases de “predicador” en forma de tacos vociferantes que rasgan, su garganta que jamás calla y en la que se me figura un altavoz que no se estropea ni se queda sin pilas en la vida forman parte de la peculiar banda sonora de la película del Barrio Alto. Normalmente impresionaría ese tono y esa forma de disparar palabras, propio de doblar a Reagan , la niña del Exorcista, pero para quienes frecuentan el Casco Antiguo y sus alrededores, es casi como el motor de un coche o el pitido intermitente de algún semáforo sonoro  de los que, por cierto, dicho sea de paso, hay muy pocos. Es cierto que mi baja visión me da para distinguir entre el rojo y el verde justo en el que estoy cruzando en este momento que escucho a “Piterpan”, el que me adentra en la calle del Obispo. Pero no todos los veo igual de bien y no todos suenan, que va… ya quisiéramos.

El “Punto de Vista” en esta ocasión parece que me lo han vendido en una oferta del Carrefour, porque se trata de un dos por uno. Voy en busca de los hermanos Rodríguez Arbaizagoitia o, para que nos entendamos, los de Butano Teófilo. Lo tengo fácil. He quedado con uno de ellos, Javier, el más seriote, según me dicen, que se encontrará conmigo en la oficina situada enfrente del Arzobispado. Titubeo un poco y y decido llamarle porque no sé si la puerta que tengo delante es la correcta. Enseguida se abre y sale a buscarme un hombre alto, con camisa azul claro, no distingo bien si de cuadros, listas o de tono liso. Hasta ahí no llego. Pero de lo que sí me doy cuenta, es de que duda sobre si debe o no tomarme de la mano, del brazo o cómo. “Susana, esta es la oficina y tenemos que esperar aquí a mi hermano. Yo… es que pensaba que veías algo más”. “Sí, eso quisiera yo”. Eso lo pienso, pero no se lo digo. Entramos en un pequeño y luminoso despacho. Se apura y desea que me sienta cómoda y me dice que si quiero que quite los papeles que tengo delante de mí en la mesa. “Da igual”, le explico, “a mí no me molestan porque solo necesito grabar y además, si son documentos importantes y secretos no me voy a enterar de lo que pone, así que ni te preocupes”. Enseguida se abre la puerta y vestido con un polo de un color naranja fosforescente  que homenajea tanto a Butano teófilo como a mi baja visión, aparece el “hermano artista” que como todos los artistas es impuntual y encantador.  Enseguida decidimos que el mejor lugar para la entrevista es el estudio de Ignacio y para allá que nos vamos caminando, hasta la calle de la Soledad. El camino se me hace entrañable acompañada por dos guardaespaldas como ellos: uno a cada lado, que me van contando algunas cosas sobre su vida y sus aficiones a la par que, los tres, saludamos a algunos viandantes que conocemos y una vez más, siento en todos los poros de mi piel la afabilidad de un lugar especial que se llama Casco Antiguo.

Huele a vetusto,  a humedad, a madera y en definitiva a taller de artista, dentro del número 10 de la calle Virgen de la Soledad. EL suelo suena a hojas secas en otoño  al pisarlo pero, según aclara Ignacio, se trata de papeles de periódico repartidos por toda la estancia:

“son periódicos viejos para no estar limpiando constantemente. Los estudios de los artistas tienen que ser también un poquito caóticos. No me gusta ni que me limpien ni que me ordenen porque yo sé dónde están las cosas”. Esa afirmación tan rotunda del hermano artista, se me ocurre que contrastará con la descripción del despacho y del ambiente en el que desempeña su trabajo Javier, quién enseguida me lo confirma. “Mi despacho está mucho más ordenado yo soy más de controlar y tenerlo todo organizado,claro”. Seguimos hablando de la familia y me cuentan que no son dos sino tres. Javier tiene un hermano mellizo y el mayor es Ignacio. Ambos trabajan desde siempre en la gestión de la que fue la empresa de su padre, antes de su abuelo y ahora suya: los conocidos “Butano Teófilo”. Mientras que Javier es Patrono de Fundación CB y Secretario del propio Patronato, Ignacio copa la parte de su “no gestión” con una afición que le apasiona: la pintura y la escultura, que hace realidad en su taller situado en el corazón del Barrio Alto

NO me pasa desapercibido que el apellido Arbaizagoitia no venga precisamente de la Plaza Alta y les pregunto por sus orígenes. Javier explica que ellos nacieron en Badajoz, pero que su raiz viene de tierras vascas. “Mi padre vino a Badajoz con nueve años porque mi abuelo Teófilo, de ahí el nombre de la empresa, fue destinado aquí como Secretario del Gobernador Civil de la época. Echaron raíces en Extremadura. Mi padre se casó con una chica de Burguillos del Cerro y sus hermanos también se casaron con gente de Badajoz. Somos cien por cien extremeños pero también nos sentimos vascos porque además tenemos familia allí”.

Los hermanos Rodríguez Arbaizagoitia presumen también de pertenecer a una empresa de tercera generación y más “hoy, en los tiempos que corren”. La empresa, la funda su abuelo y siguen al frente con ella su padre y su tío. “Nuestra primera alta en la Seguridad Social fue por repartir bombonas de butano”, apostilla Javier y “por dos razones; por sacarnos algo de dinero para irnos de veraneo o como castigo que había que cumplir”. Gracias a echar mano desde el principio y a esa disciplina y ese interés, hoy son lo que son. Veo ante mí personas hechas a sí mismas y ellos lo refrendan. Javier asegura que “nadie nos ha regalado nada por ser hijos de quien somos. Muchas de las novedades y avances que se han ido haciendo en la empresa ya las hemos hecho por propia iniciativa y sin contar con nuestro padre ni nuestro abuelo. Hemos ampliado negocio y buscado nuevos mercados: bombona, electricidad, gas natural o energía fotovoltáica”. Y es que tienen claro que quietos no pueden estar y hay que irse adaptando a los tiempos.

Se me viene a la cabeza una imagen típica que yo también viví en casa de mi abuela: la señora que abría la ventana cuando escuchaba el camión del butanero y gritaba “butano, una para el tercero”. Los dos hermanos ríen e identifican cómplices ese momento tan repetido. Ignacio  me aclara orgulloso que “los amigos nos preguntan constantemente el nombre de las calles de Badajoz porque nos las sabemos todas. Además también sabemos dónde están los pares y los impares, si a la derecha o a la izquierda en cada una”. O quién te dejaba mejor propina que, como señala Ignacio, “cuanto más humildes eran los barrios, más te daban”. Y lo peor “cuando se estropeaba el ascensor y tenías que subir ocho pisos con la bombona”. Es cierto, reflexionamos, que ahora existen muchas más ventajas y comodidades y eso es casi ya impensable. Pero frente a la tecnología y otras fuentes de energía que han cambiado los hábitos, aparece el tratar menos con el público y la deshumanización.

Sin embargo y como cada época tiene su “aquel”, desde Butano Teófilo nunca se dejó de innovar y Javier rememora todo un hecho histórico para su empresa del que, además  conservan documentos gráficos que salieron en prensa de todo el país. “Cuando surgieron las nuevas tecnologías pero que aún no había internet ni en las casas, en el año 1993, nosotros fuimos los primeros en repartir una bombona por un pedido realizado por e-mail. Recuerdo que llamé al Diario Hoy y le entregamos a la señora de la casa un ramo de flores como detalle y todo. Salimos hasta en la contraportada del periódico “el Mundo”. “Nos llamaron los de Repsol porque ellos no tenían aún ni página web, para interesarse por cómo lo  habíamos hecho. Fíjate si éramos modernos”.

Pero de repente, en lo que me fijo y así se lo hago saber, es que seguimos charlando de pié y no hemos entrado aún al estudio de Ignacio. El artista recuerda sus comienzos y asegura que la afición y las ganas de crear en pintura y escultura las traía puestas desde que nació. “Comenzó a enseñarme más en serio María Rosa  Palacios que la tengo mucha estima, aunque es mi suegra”, comenta en broma.  Así, pasamos a través de un pasillo pequeño mientras Ignacio me describe algunos cuadros que se ven a los lados de lo que fue, una antigua zapatería especializada en calzado infantil. Uno de los lienzos, según me cuenta representa a tres pastores vascos con perros ya que algunos de los familiares que tienen en Vizcaya, desempeñan esa labor.  Seguimos caminando sobre los papeles de periódico y veo más luz y más amplitud en una sala repleta de materiales, botes de pintura abiertos, lienzos repartidos aquí y allá y en el centro de la misma, un artista emocionado en su maravilloso caos. Ignacio pretende convertir ese espacio en un gran regalo para pacenses en general y convecinos del Barrio Alto en particular y antes de despedirme de ellos, me cuenta su deseo. “Me gustaría abrirlo al público  para que la gente, cuando pasee por el Casco Antiguo diga,  vamos a ver el estudio del artista este que lo enseña muy bien y es muy agradable”. Nuestro Barrio Alto, preludia Ignacio, “debería ser un hervidero de artistas: cantantes, fotógrafos, pintores,o escultores”. De hecho, me confiesa que “si se puede hacer y el Coronavirus nos deja,  los terceros sábados de cada mes ,en el pasaje de San Juan, pretendemos montar una especie de mercado del arte: con ceramistas, escultores, , pintores y fotógrafos. Todos Todos mostrando sus creaciones en el que es, sin duda, nuestro Barrio de las Artes y que tanto queremos”.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Pablo Ritore dice:

    Agradable sorpresa de entrevista.
    Mucho ya conocido por esta familia asentada en Badajoz, pero lo que sorprendente diariamente es su humanidad, como se han hecho a ellos mismos, adaptándose a las situaciones.
    Nunca tendréis un No de ayuda por su parte.
    A seguir, que lo mejor esta por llegar.
    Un abrazo a los hermanos amigos.

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