«Cada Punto de Vista» – Julián Monge, propietario del Silencio

“#Megustalomio”.

Le gusta lo suyo y asegura que él “ya no vuelve al armario ni loca”.

En esta ocasión no toca visitar un lugar desconocido para mí y camino segura hacia un destino que, sin embargo, ahora siento diferente, dentro del Barrio Alto. Solo he de ir pendiente de aquellas barreras cambiantes como obras imprevistas que, pese a estar señalizadas con conos en un rojo intenso, una no se espera que van a aparecer ahí y  hoy toca. Eso es lo que me pasa precisamente, de camino al Silencio, donde he quedado con todo un personaje y su alma mater. Julián Monje ha cambiado esa calle que se sigue llamando Moreno Zancudo, por supuesto, pero que muchos ya conocen como la calle del Silencio y no precisamente porque cuando está abierto reine en él el citado silencio, si no todo lo  contrario: luces, música, mucha pluma, colores, comida y bebida y mucha, pero que mucha pluma otra vez. EN eso voy pensando cuando de pronto, la voz de una amiga, marisol Torres me para y enseguida le comento que voy al Silencio, para entrevistar a Julián Monje. Conchita Puñales que acompaña a mi amiga en la mesa del velador, termina su café y me dice: “venga Susana, que voy contigo para allá”. La Puñales lo conoce bien y comparte con Julián aventuras y desventuras. Yo lo sé, vamos,  por lo que leo en las redes sociales de cada uno de ellos. De hecho, en una de sus publicaciones de Facebook, Conchita lo define como “mi marido en alma”.  Y es que esto, esto que me acaba de suceder a mí es el Casco Antiguo. Es un para acá y para allá, un transitar de convecinos que se conocen, que se conocen pero mucho, quizá demasiado y a los que no les asusta ni les asombra la diversidad del otro.

La Puñales y yo caminamos varios metros en paralelo hasta que llegamos a lo que siempre llamo la “Y griega”, justo el rincón del Silencio. Soy yo la que me doy cuenta de los conos rojos de los que hablaba antes, que se sitúan salteados por el suelo ocupando la parte izquierda de la acera y un poco más adelante, a la derecha, nos encontramos de frente a la máquina del agua y la limpieza con su estrepitoso ruido y los operarios a su alrededor. La Puñales repara en ese momento, que no antes, porque iba demasiado separada de mí y ahora se junta un poco, en mi baja visión y en la jungla en la que me encuentro cuando supongo que se lo hago ver, ya que aminoro el paso. Casi resbalamos las dos y recuerdo que “menosmal que no llevo tacones esa mañana, aunque sí un vestido mono que una no va a cualquier sitio esta vez y la moda ha formado y forma parte imporrtante en la vida de Julián, según explica siempre que puede”. Bueno, pues eso, que son casi las 11 de la mañana y me encuentro a mi protagonista que nos recibe con una sonrisa de oreja a oreja que averiguo en su saludo, pero protestando porque, según dice “podría limpiarse la calle a otras horas, que se me han ido ya varios clientes de la terraza”. La Puñales remata increpándole rotunda y con la benia que solo otorga una confianza entre ambos que sin ver y por como se hablan solamente, puedo dar por sentada: “hijo mío, si te limpian por qué te limpian, si no te limpian por qué no te limpian”. Yo ya sé que ni filtros ni pelos en la lengua se han hecho para Julián y recuerdo que debo preguntar por esa publicación tan polémica donde aparecía la foto de un indigente durmiendo en el suelo,  que llenó su muro de Faceboook de opiniones a favor y en contra. Desde aquellos días llevo tratando de sentarme a charlar con él y nada, se fue a la playa, legítimamente por supuesto, pero como le dije por teléfono: “me está costando quedar contigo tanto que pareces uno de estos famosos de programas de Tele5 por lo menos” y no dudó en responderme desde la más absoluta sinceridad porque supongo que eso y no otra cosa es lo que piensa de él mismo: ¿cómo que de Tele5?, dirás un famoso de Hollywod, por lo menos”. Así es él y así, con ese particular descaro mezclado con alegría e inconformismo, va tiñendo la calle de su vida, la calle de su casa, la calle de su Silencio.

No paran de pasar viandantes, algunos se sientan a tomar el café de media mañana y otros saludan al pasar sin detenerse. Me doy cuenta de que allí hay de todo: un racimo de personas, desde mayores hasta adolescentes, desde bien vestidos que van i vienen a su oficina hasta aquellos que casi llevan arapos y su voz suena a aguardiente. Tampoco percibo demasiados detalles mas. Solo quiero que Julián se centre en sentarnos en una mesa y empezar la entrevista y me fijo en un ladrido intermitente. Minutos después consigo saber que se trata de Lola, que me da los buenos días a su manera. Es un amor. Una perrita que un día, me cuenta Julián “nuestro amigo Jesús Ortega nos la puso en brazos. Ni preguntó ni nada, si queríamos un perro. Solo la trajo, nos la entregó y nos aseguró que nos daría mucho cariño y es verdad”. Parece, le digo en broma, la relaciones públicas del Silencio. Y luego pienso: como si el Silencio o el propio Julián necesitasen alguna relaciones públicas para darse a conocer, vamos.

Finalmente estamos sentados uno frente al otro y antes de comenzar pide con todo el cariño del mundo en cada una de las sílabas que pronuncia, el desayuno a Fran, mucho más que su camarero, quien diligente lo va a preparar mientras por fin, le doy al Rec. Tengo que parar porque cuando nos quitamos la mascarilla, para disponernos a tomar un café, repara en mi y se queda mirándome. “Eres muy guapa, tienes una cara preciosa”. De repente pienso que se lo dirá a Lola, que permanece allí sentada a nuestro lado o a alguna chica que está pasando en esos momentos por la terraza. Y continúa hablando: “Susana, que te lo estoy diciendo a ti”. Rápidamente corto la grabación y río sin parar, entre abrumada y sintiéndome una tonta porque una vez más, falla el lenguaje no verbal. Eso me pasa muchas veces durante las conversaciones en las que los turnos de palabra y otras muchas cosas, se establecen a través de miradas. Me imagino entonces a Julián echando ese piropo y mi cara ante él como una piedra, sin darse por aludida y repito ese momento cómico en mi cabeza y me sonrío porque pasa mucho, demasiado entre personas ciegas o con baja visión y aquellas que ven perfectamente. Pero bueno, a nadie le amarga un dulce y aunque creo que es un poco adulador, recojo el piropo y me lo llevo conmigo,claro que sí.

“Ahora no cortes porque tengo que decir que estoy encantado de estar contigo y de lo bien que ves sin ver”, lo dicho, todo un adulador de modales franceses, al que poquito a poco creo que empiezo a entrevistar. Hablamos del Silencio como tal definiéndolo como un lugar que empezó con gastronomía que Julián denomina “Callejera”. “Sí porque realmente se come en la calle, no por otra cosa. El Silencio solo tiene 12 metros cuadrados. Se trata de un edificio vertical de un total de ciento cincuenta metros. EL otro día nos calificaron de “gastrocultural” y me encantó la idea de poseer  un negocio de hostelería creativa y poder desarrollar otras muchas cosas independientemente de lo que servimos en carta”.

Pero aunque él lo sabe, redundo en que el Silencio lleva detrás su marca, su nombre y al mismo Julián Monje. Entonces rememoro con él los aspectos reivindicativos que acompañan siempre al Silencio y le hago detenerse en la última publicación que no dejó indiferente a casi nadie y con la que la lió un poco parda en su Face. Era en la que se hacía eco de la situación que viven cada día los hosteleros del Barrio Alto con una fotografía de un indigente tirado en el suelo, justo en frente de su puerta. “Yo como ciudadano de Badajoz, busco vivir en un lugar limpio y ordenado. ¿Has visto el ruido que hacía la máqina del agua y como resbalaba la calle cuando has llegado?. Pues bien, yo quiero decirle al señor Belez, que envíe a sus operarios un poco más temprano a limpiar este lugar o que venga aquí, yo le invito a desayunar a ver qué tal le sienta la cachuela con el agua con cloro”. “Pienso que los horarios para hacer estas cosas debían estar adaptados a la ciudad, a su situación climática, al comportamiento de la gente, no sé, no se hacen las mismas cosas en Suecia, , que en París,  que en Barcelona o que en Badajoz. Tendríamos que apropiarnos nuestro tipo de conducta social y conocer al pueblo de Badajoz y darle lo mejor”.

Julián lo conoce al menos está ssiempre en la calle, hablando con la gente y se toma un tipo de libertades que a unos les encantan y a otros les molestan. Hace poco exponía públicamente su inquietud por la situación en la que, según cree, se encuentran los hosteleros del Barrio Alto. Pero quiero que me cuente la historia desde el principio y así lo hace. “Luis es un hombre que lleva viviendo en la calle desde que yo llegué. Desde hace cinco años lo he visto así. Tal es mi empatía por él, que siempre que acaba la jornada en el Silencio, le regalamos la leche sobrante y otros productos que no hayamos servido. . En varias ocasiones he llamado a Cruz Roja porque le han explotado las piernas en sangre debido a una trombo. Pero realmente, él no se quiere ir. Ha decidido vivir así. Ser toxicómano. Un título que lo podemos adquirir todos, pero por cuenta propia. No lo ha decidido la sociedad, sino él. Cuando tras cinco años en los que estás ayudándole,  sigue durmiendo en la calle, ves que sigue meándose y cagándose en el mismo sitio y no hay soluciones de ningún tipo, a mi me entra una culpabilidad enorme porque esto no deja de ser un reflejo de nuestra sociedad, de las personas que nos gobiernan y de lo que nosotros aceptamos. Creo que también la gente se queja por todo en lugar de buscar remedios. De cualquier forma, mi post, fue una bomba y lo hice a propósito  para que se montara la que se montó y obtuve lo que yo quería: que me llamase el Ayuntamiento que me llamó, pero que también tengo que decir que pasan cada día a desayunar  por delante de ese ombre tirado en el suelo y se tienen que ver ridiculizados en las redes sociales para que yo reciba una llamada de su parte. Tanto la policía local, como los servicios sociales son quienes deberían estar pendientes de esta situación, no solo por el señor que duerme en el suelo, sino por el ciudadano que pisa su mierda cuando va a comprar el pan. Nosotros queremos vivir en un barrio como los demás. Un barrio normal. Lo que sucede es que aquí hay varios problemas. Existe una degeneración y un abandono total del Casco Antiguo causado por la falta de dinamización de muchos tramos de calle. Cuando yo llegué a mi calle esto era Beirut”. En este punto interrumpo y subrayo que, pese a todo, aquí se quedó y aquí está todavía. “Y estoy encantado”, me replica rápido y lleno de orgullo. “Adoro Badajoz pero no este aspecto. Ahora he conseguido que me pinten la fachada de la calle, doy mucho el coñazo en el Ayuntamiento y lo sé. Hay gente que piensa que lo hago por el negocio y no se dan cuenta que yo vivo aquí arriba. Uno se levanta por la mañana y se pone con su sombrero, su pluma, su atuendo y su buen bolso y te vas hasta la plaza de España y  le gusta caminar por unas calles que estén en sintonía con él. Sé que bagabundos hay en todos lados, indigentes están en todos sitios, venta de droga en todas las ciudades pero es que aquí es algo constante. Aquí cuando no explota una bombona, hay  una pelea o se cae una piscina de un piso ilegal. Los problemas del menudeo, aquellos que no tienen para drogas se dedican a robar. Y tú te ves haciendo de policía y desplazando de tus clientes a esas personas que están enfermas por cuenta propia. Me molesta mucho la pasividad del ser humano en este y en todos los aspectos. Tenemos que conseguir que la gente se sienta regalada y hacer felices a los demás”.

Hemos invertido las cosas en esta ocasión. Hablamos mucho del Barrio Alto y de su actual situación y era lógico, con una persona como la que tengo frente a mí, vestida de negro y con una camisa que creo estampada de algo parecido a flores de colores, que para mí son manchas difuminadas en verdes y rosas fuertes. “Pues yo nací en San Roque y cursé estudios en una escuela que ya no existe y que la llamaban la Politécnica, situada en la calle Concepción Arenal. Recuerdo venir cada día con mi abuelo que me traía al colegio  y cuando regresábamos a casa siempre me subía por aquí por Moreno Zancudo y bajábamos la Alcazaba y yo cogía flores, miraba y les  hablaba a los caracoles, el camino se me hacía maravilloso. Estas eran calles de mucho comercio y a los cinco años me atraían las tiendas y la actividad que ahora ha desaparecido. Todo es como una ciudad  fantasma con locales abandonados por culpa de las autoridades porque se podrían hacer cosas. Incluso en época de Covid. No, no me parece una burrada… tras la  II Guerra Mundial, la estética sale a la calle porque la mujer decide no mostrar ningún aspecto negativo ni de pobreza y que todo vuelva a brillar”.

Pretendo cerrar el círculo de la historia de la vida de este Personaje del Barrio Alto y que me siga contando a dónde fue y como regresó a Badajoz y se quedó en ese rincón que tanto miraba de chico. Así que reconduzco la cosa y lo traigo de los Cerros de übeda . “Pues si, luego estudié en el pedazo de Instituto Reino Aftasí donde no formaban a los alumnos con libros, sino de otra manera. Todo era poner el alma y también ir descubriendo cosas por ti solo. Luego me fui porque no me llamaba la atención nada de lo que había. Ni Económicas, ni Docencia, ni nada… Me fascinaban los cines de media tarde de sábado y ese olor a acetona de esas uñas rojas. Ese peliculón de Lauren Bacalls , y de fondo el olor a la acetona y el rojo de uñas y me fui a París a buscarlo. Tuve la suerte de que la naturaleza me había hecho guapo y cuando eres niño no te das cuenta. Entonces, empecé a ver por qué tenía suerte. De hecho, considera que aún sigo siendo una persona atractiva y no tengo abuela. La modestia aparte. En París me quedé unos años y después de muchos viajes viví en Milán un tiempo y conocí la moda italiana de la mano de los peores cuervos de aquella época. Me buscaba la vida porque soy de una familia humilde pero con esa edad haces cosas, trabajas y van saliendo historias. Conocí a muchas grandes figuras de la moda y agradecía la suerte que tenía. Trabajé como asistente de estilismo, una profesión que se inventó un día una niña rica que tenía unos modelazos de los grandes diseñadores y un amigo suyo mariquita la fotografíaba y así empezó todo. Pero al final, y con la satisfacción del deber y la vocación cumplida, me instalé aquí: en mi tierra, en mi casa y en mi Silencio”.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Javi Fuentes dice:

    Empresario comprometido. Vecino comprometido. Persona comprometida. ¡HUMANO!. (Que, por veces, se nos olvida).

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