“Si mi hermana Carmen no hubiera existido, la churrería aAaaa, tampoco. En cuanto al Casco Antiguo, Yo lo denomino como a nuestra región, , es extremo y duro. Aquí hay gente que vive muy bien y se salta normas y leyes y otros que vivimos mal y cumplimos escrupulosamente”.
Me pongo en marcha muy contenta hacia el Barrio Alto en esta mañana en la que el clima no sabe muy bien qué hacer y se debate entre corresponderle al otoño que le toca, o retozar un poco más en una especie de verano de San Miguel, si, si, en pleno mes de noviembre. Cuando los días están grises, de un lado mejor para mi porque no hay sol y esto supone que en ningún caso lo tendré de cara y no me dificulta en esa situación en la que, a veces, no me queda más remedio que ir caminando unos metros con mucha cautela, porque claro, el sol como tal no es una barrera. Pero de otro lado, mi medio ojo, como yo digo, cuenta con menos luz para poder distinguir lo que se presente por la senda y aunque, ya lo he dicho, hoy voy muy contenta por un motivo muy especial, también camino temerosa porque las vallas se han convertido en mis particulares enemigas de unos meses a esta parte. Las más peligrosas y las que más proliferan son las azules y grises que a penas distingo del suelo. Las amarillas tienen un pase, porque sí se diferencian mejor por su color llamativo. Pero lo adecuado sería, lógicamente, que no me tuviese que plantear esta cuestión. ¿Hasta cuando seguirán proliferando las vallas y los andamios en el Casco Antiguo?.
EN esas estoy cuando, justo en la puerta del Ayuntamiento, que era el lugar donde habíamos quedado previamente, aparece mi motivo de alegría de este particular “punto de vista”: se trata de Carlos Díaz, propietario de un negocio tan solidario y empático, como pionero, que se percibe que ha nacido desde el corazón y para el corazón. Juntos emprendemos camino hablando de las dichosas vallas y de otras cosas, hacia un lugar donde, cada vez que voy me siento como en casa; la Churrería aAaaa que por cierto, es mucho, pero muchísimo más que una churrería.
Quizá la churrería que se abrió hace más de doce años, no sea más que otra de tantas muestras de cariño infinito de Carlos hacia su hermana Carmen. Es una muestra tangible de esa preocupación lógica pero tan injusta, que se forja como una espada de Damocles, en la cabeza de quienes como Carlos, viven otra vida además de la suya. La vida de ese hijo, de esa hermana, de alguien a quien no le pueden faltar ni fallar porque son personas frágiles en una sociedad que dice integrarlas pero que se comporta en ocasiones, como un elefante en una cacharrería y arrasa con ellas, con sus planes y con su propia autonomía porque es una sociedad inmadura que no sabe tratar a las personas con discapacidad intelectual. Aún queda tanto por hacer, que Carlos, en forma de mucho más que una churrería, quiere regalarle a su hermana Carmen, que por cierto, de frágil tiene poco, un paraguas de acero bajo el que nada ni nadie pueda hacerle daño. La incertidumbre es para ellos, para estas familias, lo que para otros es simplemente futuro. Carlos es de esas personas que se afanan en tratarme bien y me transmite la misma calma y protección, que no sobreprotección, que mis dos hermanos. Sabe como hacer y qué hacer en cada momento. Me guía hasta el local y me ayuda indicándome escaleras y demás pero sólo cuando realmente es preciso. Se asegura de que me encuentre agusto mientras me presenta a los chicos que trabajan tras el mostrador a los que les pide un café y un churro para mí y todo eso, a la vez que me va describiendo el local que me parece entrañable por todos lados y me pide que no comencemos la entrevista hasta que no llegue la protagonista de su vida, su hermana Carmen a la que llama por teléfono y reprende; “¿por qué no te has esperado aquí hasta que yo viniera?”. Pero ni él mismo sabe de qué se sorprende. Carmen es Carmen y “esta solo viene a cobrar”, me aseguran en broma. Yo continúo con mi propósito de que sea Carlos y su empatía quien protagonice mi crónica de hoy pero me doy cuenta de que mucho mundo de Carlos, de la propia churrería y del mismísimo Barrio Alto reside en ella. Es Carmen y su fuerza arrolladora que, en estos momentos se encuentra en horas bajas porque no hay bicicleta con la que está cayendo con el Covid. Ella lo sabe pero se revela porque Carmen es menos Carmen sin la bici y los pedidos de churros de acá para allá y también sin su madre que les dejó hace unos meses. A su manera, también la echa de menos y con toda la razón, se cabrea con la vida. Eso es todo lo que percibo de ella cuando se presenta en la churrería con las llaves de su casa en la mano y pidiendo dinero “que tengo que ir a comprar y hacer muchas cosas, hermano”.
Carlos la invita a que se siente con nosotros y yo le pido a Carlos por fin, que me haga su autorretrato, pero el de él, insisto, no el de su hermana. Creo que solo lo consigo a medias. “Carlos Díaz es un vecino del Casco Antiguo que tiene una hermana que se llama Carmen Díaz y que es muy trabajadora. Se le montó este negocio familiar como centro especial de empleo en el que todos los chicos que trabajan tienen algún tipo de discapacidad. . Mi hermana Carmen es la relaciones públicas, es decir, la que va montando los escándalos por Badajoz con su famosa bicicleta. Desde hace doce años estamos aquí con nuestros buenos y malos momentos”.
En cualquier familia en la que reine el sentido común y aparezca una persona con discapacidad, la empatía se transforma en la filosofía de vida de todos. Quiero saber cómo empieza la historia. EL principio de este local que es más que una churrería y también, más que una librería. “Bueno, esta calle era muy de churrerías. Recuerdo que en Moreno Zancudo llegó a haber hasta tres. Por otro lado, yo soy un enamorado de este barrio. He vivido y me he criado aquí. Hace 25 años, en lugar de comprarme un piso en Valdepasillas, pues decidí adquirir varias casitas pequeñas por esta zona que estaban totalmente derruidas. Una de estas casas pertenecía a una familia de churreros de toda la vida. Cuando la calle se quedó sin este tipo de locales, ellos mismos me animaron a montar el negocio. Yo decía que como iba a montar una churrería si no sabía hacer churros”. Carmen ríe divertida ante la afirmación de Carlos y sigue muy atenta todo lo que vamos comentando, con kilos y kilos de paciencia que según va transcurriendo la charla, se le van agotando.
“Al final me metí en ello pero hicimos una churrería un tanto atípica . Por un lado por la naturaleza del propio negocio al tratarse de un centro especial de empleo y por el otro porque decidimos unir churros con libros. Tengo claro que si mi hermana Carmen no hubiese existido, nunca lo hubiera montado. Además, la idea de mezclar libros con churros a la gente le parecía una locura, cuando yo lo veía claro; teníamos en casa muchísimos libros de toda la familia y fabricamos varias estanterías para colocarlos por aquí. Al final, hasta tenemos más libros que churros. De hecho me gustaría retomar dos proyectos sobre creación de una serie de puntos de lectura en hospitales y otros sitios. En su día lo hablé con el Ayuntamiento y la Junta de Extremadura pero ahora, debido a la pandemia, todo está parado. Además se trata de libros solidarios, los que tenemos aquí, porque se venden a un euro y con lo recaudado vamos ayudando a diferentes entidades y proyectos. De hecho, todo aquel que quiera puede verlo con imágenes y fotos en una libreta que tenemos colgada en uno de los rincones del local. Se trata de cubrir necesidades de personas con discapacidad y con pocos recursos”.
Lo que vengo diciendo y que ahora me demuestran las palabras de Carlos: mucho más que una churrería y que una librería. Incluso mucho más que ambas cosas juntas. Si, eso pienso al plantearle al hermano de Carmen por qué ha decidido complicarse la vida y cómo se trabaja con personas con discapacidad, qué dice el cliente en particular y la gente en general ante esta peculiar situación. “Como en todo hay buenos y malos momentos. Lo que pasa es que a mí me va la marcha”. Carmen se da por aludida y entre risas, nos recuerda que sigue atenta a todo lo que Carlos dice de ella y aprovecha para llamarnos la atención y que le hagamos un poco de caso. Entonces pienso que debe resultarle extraño que, en este caso, el entrevistado sea su hermano mayor y no ella. La conversación con Carmen deriva en lo mal que está ahora la cosa y manifiesta su inquietud, a su manera asegurando que algún día va a terminar el virus. Nosotros, ante una afirmación tan rotunda de una guerrera como ella, no dudamos que así será y Carlos prosigue describiendo la situación en la que se encuentra la hostelería debido precisamente a todo esto.
“Si en todos los lugares está fatal, en el Casco Antiguo aún peor, a causa de la poca población que reside aquí regularmente. Hay que tener en cuenta que vivimos más bien de eventos puntuales que ahora han desaparecido; el día del rastrillo, los Palomos, la Almossassa o la Noche en Blanco. Todo se ha esfumado y es que este no es un barrio normal. SI la hostelería está complicada, para las personas con discapacidad, todavía mucho más”.
Carlos me ha contado que se crió en el Barrio Alto y que lo ha visto caerse y levantarse o tratar de hacerlo en varias ocasiones. Recuerda incluso un pasado en el que se hacían fogatas en la Plaza Alta y asegura que se vivía mejor que en la actualidad. Frente al perfil de esos jóvenes que llegan con fuerza y ganas de lo bohemio y aseguran estar de maravilla, el punto de vista de Carlos me resulta diferente y triste. “Hay cosas que van a mejor pero muchas otras que van a peor. Yo denomino al Casco Antiguo como a nuestra región, es extremo y duro. Aquí hay gente que vive muy bien y se salta normas y leyes y otros que vivimos mal y cumplimos escrupulosamente. No somos tratados por igual en el día a día. Yo solo soy uno más de los que vive aquí pero me duele ver como cada mañana me esperan varias personas y siempre me piden, para un café, un churro o un euro. Desde primera hora que vengo. Aquí ves muchas penas, Susana. No te imaginas lo triste que resulta caminar cada mañana por la calle San Juan y encontrarte a gente que duerme en la calle. Eso me destroza el día”.
Pero hoy, al menos en estos momentos en los que ya me despido de ellos, yo no quiero destrozarme el mío y prefiero salir de allí con el buen sabor de boca de los churros, el café y el cariño que me han dado. Por eso, les pido que me cuenten la versión real del por qué la churrería se llama así, ya que existen todo tipo de leyendas urbanas al respecto. “Pues mira Susana, este local iba a llamarse Churrería Chocolatería la Alcazaba. Pero el dominio ya estaba cogido en el registro. Este y el de varios alternativos que me inventé. Así que un día, decidí quitar del cartel todas las consonantes y bocales hasta quedarme solo con las AS y así me aseguré de que el nombre sería para nosotros. Y sí, hay muchas anécdotas de la razón del nombre, pero es bonito que hablen de ello. Una de las historias es que se llama así porque los churros están demasiado calientes”. Entre risas, los tres nos despedimos pero antes les aseguro que calientes no sé, pero lo que sí que están es buenísimos.