“Yo llego a Badajoz y decido quedarme porque la ciudad me atrae, trabajo aquí y empiezo a establecer relaciones. Cuando llego al Casco aún se situaba el mercado en la Plaza Alta, o sea que conocí ese momento en el que el Barrio era un referente del comercio. Luego se produce una degradación tremenda pero al principio era un sitio muy vivo, el verdadero alma de la ciudad. Recuerdo los puestos de hierbas aromáticas y curativas, las tiendas de zapatos o la freiduría. La Plaza Alta como un lugar abigarrado y repleto de gente y movimiento. Después se empiezan a retirar familias del barrio y lo ocupa un cierto lumpen que contribuye a que esa degradación se haga más rápida. Sin embargo, pienso que todavía conserva su espíritu y su fuerza como esa gran seña de identidad del Casco. La historia de Badajoz, la fotografía física de lo que ha sucedido y donde la vida definió lo que tenía que ser Badajoz”.
Hoy toca callejear un poco por el Casco, aunque yo llamo “callejear” a todo lo que pase de los entornos que tengo más controlados y memorizados en donde conozco palmo a palmo, desde la situación exacta de un pequeño escalón, hasta la localización de una alcantarilla que rodeo para no pisar. Siempre me gusta quedar con los invitados en alguno de estos lugares de referencia, como he dicho en varias ocasiones porque, desde ese punto conocido, el invitado y yo misma nos encaminamos hasta el sitio en el que vamos a conversar y a mí, me sirve para saber llegar sola en otra ocasión. Así lo hago con un buen amigo al que, además, hace años que no veo. Voy con Ramón de Arcos hasta su estudio desde la estatua del Porrina, donde puntual a nuestra cita, me está esperando. Me encanta visitar cualquier rincón de mi querido Barrio Alto pero los estudios de artistas tienen, sin duda, un encanto especial para mí. Se me antojan lugares desordenados, no solo visualmente; los olores, los ruidos, etc. Todo aparece en un maravilloso caos que me embarga y me atrae inevitablemente. El estudio de Ramón de Arcos que es también su casa, no resulta una excepción, ni mucho menos y quienes me conocen, él entre ellos, saben que me fascina eso de explorar territorios complicados, ya que éste lo es, porque no se puede olvidar que una persona con baja visión en un sitio desconocido y encima desordenado, o va de exploradora o lo lleva crudo. Antes de que abra la puerta que ya tenemos delante, no me lo pienso y me lanzo a tocar un objeto de hierro oscuro que contrasta con el color marrón o mostaza, no lo sé muy bien, que tiene la puerta y le pregunto, mientras lo palpo que de qué se trata. “El tirador de la puerta es una salamandra de hierro”. Pero nada más abrir, justo en el momento en que Ramón me indica que hay un pequeño escalón para pasar, miro al suelo y me doy cuenta de otra gran mancha negra sobre un fondo, esta vez más blanco que el primero. Ramón apunta que se trata de otro reptil. “Otra salamandra que es un mosaico de mármol negro. Los reptiles siempre suelen generar repulsión, sin embargo, al ser animales tan pegados a la tierra, a mí me generan una especie de comprensión. El hecho de que tengan sangre fría que es también otro de los atributos negativos yo lo transformo en positivo y pienso que es mejor analizar despacio y con la cabeza fría”. Hablando de frío, opino que es hora de ir entrando a la estancia porque frío precisamente, es lo que hace fuera y así lo hacemos, mientras que Ramón me va guiando por un lugar repleto de un artístico y fantástico desorden.
A mi derecha, unas grandes escaleras que, según me cuenta Ramón, suben hasta su casa. Pero nosotros seguimos de frente y entro entonces en una gran sala donde sí veo mucha luz o al menos, la suficiente para distinguir que hay cuadros por todos sitios a lo que el artista apostilla que se mezclan con juguetes de sus nietos. “Sí, porque este es además su sitio de juego y de compartir ratos con ellos. Esta casa rehabilitada que adquirí hace años porque tenía claro que quería vivir en el Casco. Me ofrece un cierto atractivo y creo que en los barrios antiguos es donde reside la personalidad de una ciudad y su alma más pura. Es donde se ha cocido toda su historia y sus acontecimientos. Fui encontrando en mi casa diferentes hallazgos que daban fe de lo que esta casa había sido en el pasado y lo que pude conservar lo conservé. Era una casa en ruinas y al desescombrar aparecieron restos de arcos, por ejemplo”.
Seguimos recorriendo el particular paraíso de este artista que ha comenzado directamente a hablar del Casco Antiguo como si se tratase de su segunda piel, pero le reconduzco a lo que siempre es tradición, al principio de cada crónica: la foto sonora en la que debe retratarse para que sepamos quién es Ramón de Arcos. “Pues es un chaval de Don Benito que desde su niñez fue aficionado a la pintura y al dibujo. Era buen estudiante y de siempre quise hacer Bellas Artes, pero aquello era sinónimo de mal vivir. Estudié Ingeniería Técnica Agrícola y me fue bien, la verdad. ME casé pronto y tuve unos hijos maravillosos. Llevé una vida fructífera aunque, eso sí, pintaba en cuanto tenía tiempo libre. Trabajé para el Estado y para las cooperativas y colaboré en algunas cadenas de radio, , como en la Cope, donde realizaba dos programas; uno agrario y otro alimentario. Finalmente tuve la oportunidad de jubilarme temprano y por fin pude dedicarme a lo que realmente me llena, que es la pintura. Precisamente, hoy mismo a las 20 horas se inaugura una exposición mía en la Galería Artex”.
Dicen que detrás de un gran hombre, hay una gran mujer y por supuesto y afortunadamente, tanto Ramón como yo misma pensamos que bien puede ser al revés o por supuesto, en paralelo, puesto que estas son ya afirmaciones que reciben su caducidad por parte de una sociedad que da pasos adelante. Ni detrás ni delante, al lado de Ramón de Arcos vivió Luz Rueda y no puedo estar ante él sin que hablemos de ella. “Ella le puso literatura y poesía a algunos de mis catálogos y yo ilustré algunos de sus poemarios. No había relación de prelación sino que se trataba de una simbiosis”. De repente, como si quisiera que también se le tuviese en cuenta aparece Milo, el perro de uno de los hijos de Ramón y me doy cuenta porque noto que algo me roza la pierna una y otra vez. Pide atención, cariño y mimo porque él no entiende de entrevistas ni grabaciones. Solo acude al oír nuestra charla a la que lo incorporamos de buen grado, por supuesto. “Si tuviera que ponerle un adjetivo a este perro sería el de “cariñosísimo”. Pasa algunos ratos solo y en cuanto oye a gente pues viene a ver qué pasa. Es el perro de mi hijo que vive en la segunda planta. Yo vivo en la primera, justo encima de este taller, junto a mi pareja y una perrilla ya anciana que tenemos”.
Quiero retomar el hilo de la conversación que, con toda legitimidad perruna, nos ha cortado Milo y lo hago llevando a Ramón de Arcos hasta su venida a Badajoz y a este Barrio Alto. “Yo llego a Badajoz y decido quedarme porque la ciudad me atrae, trabajo aquí y empiezo a establecer relaciones. Cuando llego al Casco aún se situaba el mercado en la Plaza Alta, o sea que conocí ese momento en el que el Barrio era un referente del comercio. Luego se produce una degradación tremenda pero al principio era un sitio muy vivo, el verdadero alma de la ciudad. Recuerdo los puestos de hierbas aromáticas y curativas, las tiendas de zapatos o la freiduría. La Plaza Alta como un lugar abigarrado y repleto de gente y movimiento. Después se empiezan a retirar familias del barrio y lo ocupa un cierto lumpen que contribuye a que esa degradación se haga más rápida. Sin embargo, pienso que todavía conserva su espíritu y su fuerza como esa gran seña de identidad del Casco. La historia de Badajoz, la fotografía física de lo que ha sucedido y donde la vida definió lo que tenía que ser Badajoz. Por eso para mí, representaba cierto atractivo y quise vivir aquí y decidí rehabilitar esta casa. Es cierto que vivimos durante un tiempo en el campo pero cuando Luz falleció, pues ya supuse que residiría aquí, en mi taller y confieso que estoy muy integrado en el barrio. De hecho vengo ahora de tomarme una copita de anís haciendo honor a una costumbre que, junto con una figurita de mazapán, podría estar recuperándose en estos tiempos. El Casco es un lujo. Tengo a pocos metros el monumento que, para mí, define Badajoz, que es su Alcazaba. Arqueología, jardines, y a menos de cien metros, el río, el otro gran jardín donde además confluyen varios más pequeños creando un espacio único, entre el Gévora, el Rivilla y Calamón, entre los cerros de la Muela y el de San Cristóbal , que es una maravilla”.
Pero antes de marcharme, quiero hablar con Ramón de Arcos del “ahora” de nuestro Casco Antiguo. Tiene su esencia que conserva y que ha mencionado el artista, pero además de ella, pretendo saber cómo lo ven sus ojos hoy en día. “El “ahora” del Casco tiene que cambiar. Es verdad que la calle San Pedro de Alcántara, donde estamos pues tiene un pase. Pero aquí al lado en la calle Encarnación existen rincones totalmente desolados . La calle Norte la encontramos cortada con dos vigas, manteniendo unas ruinas imposibles igual que en las calles de al lado, la calle Costanilla o san Lorenzo, que tienen muy pocas casas habitadas y hay un importante tráfico de drogas. Eso no podemos aceptarlo. Este lugar tiene que cambiar. Convertirse en un sitio en donde convivan negocios, actividades de artes, trabajos artesanales y sobre todo, que puedan vivir familias y que desaparezca, por fin, ese recelo. Hay quedarle la vuelta necesariamente a nuestro querido Casco Antiguo”.