«Ahora me preguntan mucho por el COVID y cómo está la situación. Incluso creo que genero confianza hacia ellos. En siete años he llegado hasta a atender un infarto aquí en la puerta».
Parecía que hoy mi paseo semanal hasta el Barrio Alto iba a ser corto y hasta un poco insípido porque se me antojaba demasiado cotidiano, como muy controlado y con poca cosa que relatar. Voy a la Marina, a la emblemática esquina de San Francisco, un lugar que visito con cierta asiduidad y, salvo lo diáfano que tiene para una persona con baja visión, un sitio como el paseo propiamente dicho, tampoco atisbaba yo demasiadas complicaciones. Mi truco, el de hace años para llegar rápida y eficaz pasa por las franjas blancas que hay en el suelo y que, como Dorothy en el mago de Hoz, las transformo en mi particular camino de baldosas amarillas y lo sigo y lo sigo y no me pierdo. Pero Miguel Ángel Torres, que conoce de mi situación me advirtió y claro, ya sí que caminaba yo con mi particular “aviso a navegantes” en cuanto a unos obstáculos que, desafortunadamente, son de los intermitentes, de esos que no puedes memorizar porque a veces están y otras veces no y que forman parte del paisaje urbano de Badajoz o “Ballajoz”, como dicen los de “Badajoz Adelante”: se trata de las temidas vallas. Su finalidad es señalar una pequeña obra que se esté realizando o tapar algún agujero que está a la espera de ser reparado. Se supone que son parches que nos salvan de posibles tropezones. Pero la fórmula correcta sería la de reparar el desaguisado y no la de “ponga una valla en su vida”, digo yo, ¿no?. Si hay suerte y me tocan azules o amarillas, mi medio ojo las percibe y sigo avanzando. Es como si hubiese pasado la siguiente pantalla de un videojuego. Pero como toquen de color grisáceo, entonces me las llevo por delante seguro. No contrastan con el suelo y me resulta imposible percibirlas. En cualquier caso, Miguel me ha advertido y ando prevenida y con mucha cautela. Luego hablaremos del tema en nuestro “Cada Punto de Vista”.
Con mi prueba superada en lo que a vallas se refiere y sin daños que lamentar, aparezco en la Marina por la puerta cercana a las oficinas del López y escucho enseguida la inconfundible voz de Marisol Torres, que me llama “Manguuuuuuuuu” así como solo ella sabe hacerlo, sin T final ni nada. La conozco hace años. Enseguida bromeo con ella y le comento si es que el señor Torres tiene hasta representante de prensa y ambas reímos y esperamos en una de las mesas a que llegue “el brother” como le dice su hermana, que no tarda ni un minuto en presentarse.
Sentados frente a frente y yendo ya al grano, lo primero, solicitarle a Miguel Ángel el autorretrato porque, aunque quiero hablar de la historia de la emblemática Marina, tengo que saber quién la regenta y está tras su equipo humano. Por tanto, le pido que me cuente quién es Miguel Ángel Torres. “Es un hombre humilde, de Badajoz de toda la vida. De la familia Martínez, muy conocida también en la ciudad precisamente por la hostelería. Durante muchos años, regentaron el conocido kiosco de San Francisco, el de los calamares. Además, mi abuelo también llevó la terraza del López, el Salto del Caballo o el Club Taurino entre otros negocios. Por tanto la tradición hostelera me viene de hace tiempo”.
Viniendo de una familia que ha hecho historia en la hostelería de su ciudad y que aún hoy se encuadra dentro de este sector tan castigado y señalado en los últimos meses, , debido al COVID,, tengo que pedirle que formule una opinión sobre el panorama vivido y el devenir en el futuro de estos negocios. “Pienso que a la hostelería se le está metiendo mucha caña y a veces, con razón. La clave está en evitar aglomeraciones y hay que cambiar ese hábito. Para que todos podamos subsistir, es necesario hacer las cosas de otro modo. Actualmente los negocios y sus encargados estamos invirtiendo mucho en material y productos higiénicos y sanitarios para cumplir con todas las normas impuestas. Pero la gente tiene miedo y es reacia a tomarse algo en los interiores aunque, como en este caso, exista ventilación y demás. Pero este es un problema grave que se nos presenta de cara al próximo invierno y somos conscientes de ello. Con las terrazas, el verano se ha salvado más o menos bien, pero el invierno va a ser muy duro. Se presenta complicado y no podemos tampoco culpar a nadie porque se trata de algo nuevo para todos que ha venido por desgracia y entre todos tendremos que buscar una solución. Todos los días hay cosas nuevas y medidas que nos causan incertidumbre y aquí estamos haciéndolo lo mejor que se puede”.
De siempre he tenido a la hostelería como una labor sacrificada y para la que hay que valer. Pero, como reflexiono con Miguel Ángel Torres, ahora más que nunca se trata de algo casi vocacional y él está de acuerdo: “esto te tiene que gustar. Lo tienes que llevar en la sangre. En mi caso, además que soy sanitario y podría haber optado por no meterme en este lío. Pero es que a mí me gusta. Me encanta relacionarme y ayudar a la gente. Aquí, no solamente creas empleo, sino que sirves a los demás y creas vínculos personales”.
Volviendo a su otro empleo como sanitario, reflexiono sobre si la gente le comenta alguna cosa cuando lo ve sin bata y sirviéndole una cerveza, por ejemplo, ya que me resulta raro y dispar la figura del mismo Miguel Ángel Torres regentando la Marina o empujando una camilla con un enfermo para trasladarlo a la habitación desde quirófano, por ejemplo. “Sobre todo ahora me preguntan mucho por el COVID y cómo está la situación. Incluso creo que genero confianza hacia ellos. En siete años he llegado hasta a atender un infarto aquí en la puerta. Además el hombre y su familia todavía a día de hoy me siguen dando las gracias”.
Hago un poco de historia para retrotraerme a aquellos años en los que pasabas por una esquina tan significativa, nada más y nada menos que la esquina del López en Badajoz y encontrabas la Marina Cerrada. Le cuenta a Miguel Ángel que los mayores del lugar siempre lamentaban la situación cuando a veces, charlaba yo con alguno de los que transitaban por allí y me hablaban de la pena de ver un lugar tan emblemático ahora sin vida. Pero al final, un sitio que ha resurgido gracias a alguien que un día abrió la puerta y empezó de nuevo. “Yo llegué a la Marina porque me encanta San Francisco y me he criado aquí. Yo he vendido patatas fritas con una cesta en la antigua Marina. Mi padre tenía una discapacidad y regentaba un kiosco de chucherías y me mandaba a vender por los sitios y la verdad es que gracias a eso, empecé a aprender lo que valía un peine. A buscarme la vida, vamos. Siempre cuento una anécdota con el señor Hinchado, el antiguo dueño de la Marina que me decía: Martínez ven y siéntate aquí conmigo. Y quién me iba a decir a mí que años después llevaría yo la Marina. Pero de como comencé tienen la culpa mis hermanos. Ellos me convencieron. Antes llevaba la cafetería de Clideba y me insistían en que me arriesgase y me metiese aquí. Yo lo veía muy complicado en principio, porque la Marina era un sitio que funcionaba solo. El Hospital Provincial estaba al lado. Era un sitio sin cafetería y la gente entraba sin parar de Caja Badajoz, del Santander, en fin…era el San Francisco de antes. Al final, hago una inversión por probar y a ver qué pasaba y por probar, por probar, ya llevo aquí siete años. Además llevo también la terraza del López y me quedo con esta vida parecida a la de mi abuelo, aunque resulta tremendamente sacrificada”.
Miguel Torres habla del San Francisco de antes pero yo quiero saber qué opina del de ahora y de la situación actual del Casco Antiguo en general y lo tiene muy claro. “El centro de la ciudad está dejado no, lo siguiente. No sé quién tiene la culpa. No busco culpables. Hay una cantidad de mendigos exagerada que nos dan problemas todos los días. Amenazan a nuestros empleados, se meten con los clientes, les quitan comida de los platos, vamos, es totalmente alucinante. Y socavones en esta zona pues variopintos y de toda forma y tamaño. No es porque estés tú delante, pero cada día pasa una chica ciega que va hacia la ONCE y yo ya le tengo cogida la hora. Pues bien, salgo a ayudarla para que no se choque con una valla que lleva tres meses en el mismo sitio. Es inadmisible, no puede ser. No podemos estar tres meses con una valla en pleno centro de Badajoz en una zona , además, por donde pasan muchos ciegos por situarse aquí al lado la ONCE”.
Entre risas y con el tono y buen humor que jamás debe faltar, cerramos la conversación en la que, lo sabía, seguro estaba que hablaríamos de la famosa valla que, a propósito, espero que ya no permanezca como parte del decorado de San Francisco.