“Transcurrían los años setenta y la verdad es que fue una época preciosa. Luego, mucha gente empezó a alejarse de sus raíces. Se comenzaba a poblar zonas como la barriada de Valdepasillas, entre otras y la verdad, me daba mucha pena la situación que se estaba produciendo. De hecho, considero al ciudadano pacense un poco desarraigado con su historia y su identidad. La gente se va y abandonan las casas solariegas porque les resultan costosas de mantener. Prefieren el pisito de Valdepasillas y dejan esta parte de la ciudad. Cuando yo me compro la casa en las antiguas Carnicerías Reales, gran parte de la ciudadanía se está mudando y se va de este Casco Histórico, porque a mi no me gusta llamarle Casco Antiguo, me parece hasta despectivo”.
La pasada semana, mientras caminaba hacia el Barrio Alto, reflexionaba sobre qué pensaría la gente, cuando me ve acercarme demasiado para mirar y tocar los adornos navideños de las calles. Hoy avanzo hacia la Plaza de España, en un itinerario que conozco al dedillo y por el que, quien me observe andar, pensará que veo mucho más de lo que veo. Eso lo tengo asumido y de hecho me pasa a veces. Para nada es lo mismo moverse por un lugar conocido y testeado bien, que por otro sitio que no se visita con frecuencia o que directamente, ni se conoce. Pero voy dándole vueltas de nuevo a ese pensamiento del ciudadano que se encuentra a alguien sin bastón, a veces incluso haciendo una foto con su teléfono móvil, pero que, sin embargo, se ha tropezado con un escalón o pasa ante una escultura y se detiene para tocarla al detalle. Sin duda, mientras espero en la esquina del Carmen, o como me ha dicho Luis Martínez Giraldo, “el café Victoria”, concluyo que una de las artes más accesibles e incluso practicables por las personas ciegas o con baja visión, es la escultura. Un cuadro, una fotografía, puede ser descrita minuciosamente, pero una escultura no tiene intermediarios entre ella y yo. La de Miguel Celdrán, por ejemplo, que sí la tengo controlada y situada, aún no me he parado a tocarla y tengo que hacerlo un día de estos, me digo. Esa es una de las obras de Luis Martínez Giraldo, pero tiene muchas más y una vida interesante que ahora voy a conocer de primera mano.
Entro en el Carmen y nadie llama mi atención, por lo que deduzco que Luis estará llegando como así sucede. Lo primero que hacemos es presentarnos y pedir un café, antes de encaminarnos a su estudio ya que lo veo con ganas de que mis manos admiren muchas de sus obras y de que visite en persona su tesoro más preciado, lo cual me alaga enormemente. Mientras nos sirven el café, la foto de rigor. Pero no la del objetivo de mi cámara del móvil, sino la sonora que comienza con la pregunta que siempre hago: ¿quién es Luis Martínez Giraldo?. “”Pues voy a intentar hacerte un retrato de la historia de un muchacho que llega a Badajoz en el año sesenta y seis, tras haber pasado por los internados de Puebla de la Calzada y Mérida. Pero como dicen que por sus obras los conoceréis, te cuento que aquí en Badajoz tengo varias obras importantes: el Monumento a los Poetas, la estatua de Godoy y la más reciente, la que rinde homenaje a Miguel Celdrán. Pero mis comienzos se sitúan en la llegada a Badajoz, viviendo en pensiones en la calle Zurbarán o la calle de Gabriel. Desde el principio, en el Casco Antiguo porque siempre consideré que es el lugar con identidad propia, el que define a una ciudad que se situaba dentro de la muralla y ahí era donde debía vivir yo. Mi primer estudio precisamente, se situaba en la calle de Gabriel en dónde ya empecé a crear algunas obras. Luego, tras unos años viviendo en una casa un poco más grande, ya casado y con dos hijos, en la calle Arco Agüero, me hago un pequeño espacio más adecuado para poder esculpir; hay que tener en cuenta que dedicarse a la escultura, no es lo mismo que pintar, ya que se necesita más amplitud, más sitio para colocar materiales, etc. La pintura, tú la puedes desarrollar en casi cualquier habitación en donde haya un rincón para colocar el lienzo y las acuarelas, por ejemplo. Sin embargo, la escultura se trabaja con mucha maquinaria de gran tamaño y pesada, como fraguas, radiales, soldadoras o caballetes hidráulicos, entre otras cosas. La escultura es una disciplina donde se desarrollan casi todos los oficios; herrería, cantería, escayola, en fin, de todo. Lo ideal es contar con una gran planta baja y lugares idóneos para poder crear las obras y eso es lo que yo conseguí”.
Dicho y hecho; mientras vamos caminando hacia su estudio y ya con el cuerpo caliente a causa de los cafés, en una mañana tan soleada como fría, Luis Martínez Giraldo, me va relatando cómo consiguió instalarse donde aún reside y también tiene su estudio completamente amoldado a este oficio de esculpir. “Mi lugar de trabajo se encuentra en lo que eran las antiguas carnicerías reales. Un edificio del año 1768, en tiempos de Carlos III que fabricó una serie de edificaciones industriales como panaderías, carnicerías y demás, para abastecer a la población de las ciudades. Cuando me encontré este edificio, estaba totalmente en ruinas, pero yo pensé que necesitaba una nave en condiciones para poder trabajar y eso es lo que me lleva a meterme en un “tinglao” que se convierte, quizá en una de mis mayores obras. Se trataba de un edificio con una planta de cuatrocientos metros cuadrados. Lo primero que hice fue hipotecarme y después, poner un bar en una parte del edificio. El bar se llamó el Duende y como decía mi mujer, aquellos años fueron una condena que al final tuvo su recompensa. Me hice hostelero, trabajaba al mismo tiempo en la imprenta de la Diputación Provincial y como restaurador en el Museo de Bellas Artes. También, por la noche, como profesor de la Escuela de Artes y Oficios. Así que mi jornada era intensa y eterna a la vez. Con el bar, pude hacer dinero, quitarme la hipoteca y comenzar a restaurar la casa para hacer realidad un sueño: tener mi propio estudio y vivir en una casa mía y no de alquiler”.
Entonces, sitúo a Luis en esos comienzos de su particular historia, sobre el escenario de ese Casco Antiguo de Badajoz en el que vivía y se refiere a la ciudad como “pequeña, entrañable y controlable”. “Todo el mundo nos conocíamos y la vida se desarrollaba entre la Plaza Alta, la Plaza de España, San Atón y el paseo de San Francisco. Recuerdo que íbamos juntos a todos lados. El Lopez de Ayala tenía grandes festivales de música y muchas actividades y se asistía en masa. Transcurrían los años setenta y la verdad es que fue una época preciosa. Luego, mucha gente empezó a alejarse de sus raíces. Se comenzaban a poblar zonas como la barriada de Valdepasillas, entre otras y la verdad, me daba mucha pena la situación que se estaba produciendo. De hecho, considero al ciudadano pacense un poco desarraigado con su historia y su identidad. La gente se va y abandonan las casas solariegas porque les resultan costosas de mantener. Prefieren el pisito de Valdepasillas y dejan esta parte de la ciudad. Cuando yo me compro la casa en las antiguas Carnicerías Reales, gran parte de la ciudadanía se está mudando y se va de este Casco Histórico, porque a mi no me gusta llamarle Casco Antiguo, me parece hasta despectivo. Además, esa consideración que se le tiene asegurando que es un lugar peligroso, lleno de droga, gente maleante, prostitución. Cuando yo me compré la casa todo el mundo me decía que cómo me iba a vivir a esa calleja y yo aposté por eso, ante gente incluso que me decía que como me arriesgaba a montar un negocio en aquella zona. Finalmente me hice con una clientela maravillosa porque, sobre todo los jóvenes, que tienen otra manera de pensar, fueron los que me levantaron el bar. Ellos son siempre más aventureros y atrevidos y estuvimos, en todo momento, pendiente de ellos y nuestro local tuvo un éxito bastante bueno”.
Para cerrar el círculo, antes de concluir, le pido que me hable de su “ahora”. “A partir de los noventa, la hostelería le dio vida a algo que estaba ya casi muerto. La Plaza Alta se restaura y ahora es una de las más bonitas de España. Después de aquellos momentos, comenzaron a llegar las gentes más bohemias y se restauran más casas, por ejemplo, la de Ramón de Arcos, entre otros muchos. Hoy, , que vivo donde y como quiero, recuerdo las palabras de mi padre, cuando me preguntó: ¿y tú qué vas a ser de mayor? Y le respondí que escultor. Entonces me replicó, muy convencido: no, pero me refiero a qué vas a ser para comer. Sin embargo, actualmente soy lo que soy después de trabajar como funcionario y la escultura me ha servido para engrandecer mi espíritu como una necesidad vital y todo lo que he hecho ha sido con plena libertad para mí”.
Me ha gustado mucho tuve el honor de tener a Luis de soldado en Regimiento Castilla 16 en Badajoz donde le vi hacer una Virgen muy rara pero muy bunita que se encuentra en la entrada del acuartelamiento de Bota abandonada bajo una encina a mano derecha .