“Ahora todo ha cambiado muchísimo y te da una pena enorme pasar por la calle más emblemática de Badajoz y comprobar que cada vez queda menos de ella. Es una desgracia. La vida da muchas vueltas y lo peor, es que a veces no las da para bien sino para mal”.
La pandemia y la tercera ola de esta pesadilla que parece un mal sueño del que no conseguimos despertar, tienen la culpa de que esta, sea una llegada atípica al Barrio Alto. Bueno, la pandemia y el frío porque, aunque no ha nevado en Badajoz y hubiera sido toda una experiencia caminar hasta aquí sobre un espeso manto blanco y casi, como me cuentan mis amigos de Madrid, usando el bastón blanco como pértiga, sí que tenemos temperaturas muy bajas que nos recuerdan, por si se nos olvida, que estamos en invierno y que la vida sigue girando. Pero como digo, se trata de un recorrido atípico. No hay a penas gente por las calles y eso las tiñe de un silencio triste al que, descarados, plantan cara algunos sonidos de coches rezagados, árboles mecidos por el viento o pasos de los pocos transeúntes que, como yo, caminan por las calles de una ciudad pandémica sin comercios ni bares abiertos. Una ciudad que no dormita, sino que trata de hacer caso a las recomendaciones sanitarias y a las normas impuestas por este vicho que nos tiene desquiciados.
Me siento rara, triste y con impotencia contenida mientras camino a encontrarme con alguien que sin duda, merece un testimonio y más si cabe, en estos días de blanco y negro en los que la vida pinta fea. Magia, ilusión y alegría es lo que Jorge Mendoza, el zapatero del Casco Antiguo y ayudante del Rey Baltasar me transmitirá seguro en nuestra charla. Pero también será atípica porque tendremos que hacerla en la calle, ya que no hay lugares abiertos para que podamos sentarnos a hablar tranquilos. Sigo caminando y reparo en lo importante que es la gente, las personas desconocidas y solidarias para nosotros, para otras personas que, de vez en cuando, necesitamos una pequeña ayuda cuando la calle se hace jungla. Ese paso de peatones que no encuentras por no estar bien señalizado o porque delante hay aparcado un coche y que alguien, que ve como recorres un mismo tramo una y otra vez, te ayuda a encontrar en un momento. Ese escalón que no está rebajado y dificulta continuar la ruta cuando vas en silla de ruedas y un viandante ofrece su mano para empujar levemente la silla y ya está, “prueba superada”. Así con cientos de ejemplos que en estos días complican aún más el transitar de personas con movilidad reducida en particular o con discapacidad en general que echamos de menos esa mano, esos ojos amigos que no conocemos pero que sí que agradecemos y mucho.
“Susana, estoy aquí”, avisa Jorge con ese acento tan típico que tiene. Ahí está, al otro lado de un cruce a tan solo unos pocos metros de mí. Como en otras ocasiones, también le he advertido a Jorge que, además de periodista, soy una persona con discapacidad visual y tal vez me costaría localizarle. Nos saludamos como se saluda uno en pandemia y aunque le tengo lejos, estamos uno frente al otro, sí puedo percibir el gran contraste del blanco de la mascarilla con el color oscuro de su piel. Siempre se ha considerado y así es, un ciudadano de Badajoz, amigo de sus amigos y las pasadas semanas que también para él fueron raras y atípicas, copaba las páginas de los periódicos, no solo por su ya tradicional nombramiento como el Rey Baltasar de Badajoz, sino porque se cierra su negocio de la calle Ricardo Fernández Lapuente y se jubila.
Ambos con nuestras mascarillas y ataviados con guantes, bufanda y abrigo, comenzamos nuestra charla con el autorretrato que el mismo Jorge hace de sí mismo con brevedad y claridad: “Pues Jorge es uno más en la calle, como ya le he respondido a algunos de tus compañeros. Me considero de la ciudad desde hace muchos años. Llegué a Badajoz por tonterías que se hacen en la juventud. Yo salía con mis amigos y veníamos aquí de marcha, a las discotecas y eso desde Portugal. No tengo nada en contra del país vecino en el que he vivido durante mucho tiempo, pero a Badajoz le tomé cariño y aquí me he quedado”.
Quiero saber cómo un chico nacido en Guinea, llamado Jorge y que vive en Portugal, acaba en Badajoz y regentando un negocio de arreglo de calzado. “Pues una vez decidí establecerme aquí, lógicamente tenía que buscarme la vida. Aprendí ese oficio y me lancé. Siempre pensando en hacer las cosas lo mejor que pudiese y sin hacer daño a nadie. Cuando me di cuenta estaba arreglando zapatos así sin pensarlo ni nada. Fue porque me enteré de una oferta de trabajo y me dio igual. A mí no se me caen los anillos ni se me rompen los dedos por trabajar en zapatería, ni como barrendero ni nada. Faltaría más. Todos los trabajos son igual de respetables, todos”.
En cuanto a la relación de Jorge Mendoza con el Barrio alto, me intereso por conocer qué le ha aportado en su vida además de que ha tenido hasta hace tan solo pocos días allí su negocio. Me deja claro que él es de Badajoz entero y que tiene amigos en todos los barrios, sin embargo, el corazón de la ciudad le ha abrazado desde su llegada. “Me encanta relacionarme con todo el mundo y tengo amigos y conocidos en Badajoz y en muchos pueblos. Pero en el Casco Antiguo me he tirado cuarenta y cuatro años trabajando”.
Cuarenta y cuatro años son muchos años. Como en otras ocasiones, pretendo que Jorge haga su particular intrahistoria y me cuente como era antes y cómo es ahora nuestro Barrio Alto, desde su punto de vista. “Hace cuarenta años el Casco Antiguo era una auténtica maravilla. Recuerdo caminar por una calle San Juan llena, repleta de comercio, actividad y gente. Tiendas, negocios, bares, yo que sé…me encantaba andar por ella. Ahora todo ha cambiado muchísimo y te da una pena enorme pasar por la calle más emblemática de Badajoz y comprobar que cada vez queda menos de ella. Es una desgracia. La vida da muchas vueltas y lo peor, es que a veces no las da para bien sino para mal”.
Frente a ese planteamiento, un negocio, el suyo, que se ha llevado abierto tantos y tantos años. Quiero que me cuente el motivo, pero Jorge solo tiene palabras de agradecimiento a quienes lo han hecho posible. “Solo puedo dar las gracias a mis amigos y mi clientela más fiel de todo este tiempo que han hecho que esté ahí. Amigos que a día de hoy sigo teniendo. Siempre presumiré de buena clientela, hasta el último día que he cerrado. La gente venía al negocio incluso de pueblos y de Portugal, de lugares como Elvas o Campo Maior.
Jorge se jubila del negocio de zapatería pero lo que no quiere dejar ni por todo el oro del mundo, es su particular reinado, breve pero intenso, cada año en la Navidad de este Badajoz que tanto adora. Ser Rey Baltasar es una experiencia maravillosa y resulta lógico que Jorge pretenda revivirla una y otra vez. “Llevo 25 años con esta historia y ha sido el año más raro de todos. Ha ocurrido lo inimaginable, la verdad. Así es que menuda manera de conmemorar este particular aniversario. Recuerdo hoy más que nunca cuando estaba yo un día trabajando y llegó un señor que era concejal y me lo propuso. Yo no me lo pensé y enseguida dije que sí. En todos estos años me han pasado un montón de cosas bonitas pero luego llegan momentos como este tan raro que estamos viviendo y se te encoge el alma y el corazón de la impotencia que sientes porque no se puede hacer nada. Pero pese a todo, hemos tratado de llegar como hemos podido a los niños pacenses. Y si tengo claro que quiero continuar con este oficio tan precioso es también por las sonrisas y la alegría inocente que me aportan los niños y niñas enfermos a quienes, cuando voy a ver incluso a sus casas, se les ilumina el rostro con mi presencia”.