“El consorcio para mí, es la guinda del pastel pero esto requiere de un esfuerzo mucho más grande que debe provenir de otros mecanismos. Quiero recordar que a finales de los años noventa se pusieron los cimientos para una gran recuperación de esta zona, pero tuvimos la mala suerte de que, en el año dos mil siete, un banco americano se hundió y arrastró a todo el mundo hacia una gran crisis. Se produjo un gran corte en la financiación de bancos para el desarrollo de vivienda y hubo un parón que ha significado una vuelta atrás”.
San Francisco, la calle de la Soledad, la Plaza Alta, Juan Carlos I o la Plaza de España resultan entornos totalmente explorados y conocidos para mi. Por ellos camino, si es que no hay obstáculos imprevistos , segura y sin miedos ni dudas. Esto sucede por tratarse de lugares habituales, rutas cotidianas en las que sabes a ciencia cierta dónde está el escalón, localizas perfectamente el cruce o predices de memoria que vas a toparte contra un muro o una farola. La sensación que tienen algunas personas que me ven transitar por estas zonas tan controladas es que veo más de lo que realmente veo. También me sucede en mi casa, mi centro de trabajo o mi barrio. Por eso, quienes vivimos con baja visión y usamos mucho y bien el poco residuo visual que nos queda, digamos que damos el pego y lo increíble, para quienes nos ven manejarnos habitualmente, comienza cuando nos acompañan a lugares desconocidos o poco frecuentados para nosotros. Entonces les saltan las alarmas porque se sorprenden cuando nos tropezamos con un obstáculo, nos chocamos contra algo o arrastramos los pies porque no sabemos cuando empieza o termina un tramo de escalones. Sin embargo, muy a nuestro pesar, nosotros nos encontramos ante una situación caótica porque nos hemos quedado sin las pocas referencias visuales que teníamos en aquellos sitios en dónde sí estamos seguros de que una mancha amarilla es un buzón de correos o de que un cuadrado negro en el suelo es una sombra y no otra cosa. Y no, señores y señoras, no es que veamos más de lo que vemos y queramos engañar a nadie con un cuento chino. De hecho, a más de uno de los que comentan que parece que veo más de lo que veo, le prestaba de buen grado mis ojos un día entero, incluso solo un rato, nada más y tal vez así, se pensarían bastante lanzar esa sentencia tan alegremente pero que llega a ofender por incierta e injusta pero a la vez, indemostrable, ya que soy consciente de lo difícil que resulta entender qué y cuánto vemos así como poder explicarlo. Pero me da lo mismo; aún así no se deberían permitir moralmente hablar a tontas y a locas de algo que desconocen y ahora, mientras camino hacia mi querido Casco Antiguo, me asalta esta reflexión que, como siempre que la pienso, me cabrea y me indigna. Tras el desahogo conmigo misma, respiro y me tranquilizo para tratar de que este tipo de historias de gente sin empatía, ni me vayan, ni me vengan porque, al fin y al cabo, no dejan de ser problemas suyos, de quienes las piensan y no míos. Por tanto, yo a mis crónicas y a mis puntos de vista que es lo que toca.
Pronto me ponen una mini oficina en el Carmen, les digo en broma, al entrar en esta mañana de sol, pero no de temperatura demasiado cálida. Ignacio Sánchez Rubio, el protagonista de mi charla en el Barrio Alto, de esta semana, ya me espera dentro, sentado en una de las mesas del bar. Activo el oído para comprobar si me llama por mi nombre porque sólo conozco un poco su voz, de nuestra conversación telefónica previa. Mi suerte es que está hablando por teléfono y aunque no entiendo lo que dice, sí identifico su voz y me dirijo hacia la dirección correcta. Ignacio enseguida me indica que está allí y dónde puedo sentarme. No le conozco personalmente pero empezamos muy bien porque se declara seguidor de estas crónicas y también de toda la actividad que realiza Fundación CB, incluso rememora que él también ha colaborado activamente en muchas de ellas. Pero lo primero de todo es, como siempre, su autorretrato. “Soy el quinto de ocho hermanos. Mi padre que era muy taurino, decía que no hay quinto malo. Vengo de una familia que tiene raíces, prácticamente, en cada lado de la región. Nuestro origen viene de Trujillo pero mi padre, por circunstancias de trabajo, tuvo varios destinos. Yo llegué aquí con solo siete años y mi vida comenzó bastante alejado del Casco Antiguo. Al llegar en los años setenta fuimos a vivir a las zonas de expansión de la ciudad, concretamente cerca de los Maristas, donde empecé a estudiar. Pero luego me enamoré de una persona que residía en el Casco Antiguo y comencé a desarrollar mi actividad e impregnarme del ADN de esta zona. Estudié Biología y más tarde me tocó gestionar fondos europeos. Fue aquello lo que modificó totalmente mi forma de vida y relacionándome de una manera peculiar con el Casco. EN el año noventa y cinco fuimos la empresa contratada para manejar el denominado Plan “Urban” Plaza Alta”, que constituyó el primer revulsivo que, tras muchos años de decadencia, se dispuso para su resurgir . Desde ese proyecto, comenzamos a involucrarnos específicamente, con el Casco Antiguo. De hecho, actualmente nuestra empresa está gestionando el Programa “Dusi”. Ayer, precisamente se licitó la obra de recuperación de la calle Estadio que transformará radicalmente este lugar, pero que para bien. Por tanto, pese a que no tengo mis raíces aquí, si que he desarrollado mucho de mi vida, tanto personal como laboralmente hablando”.
Me doy cuenta de que, ante mí, tengo un hombre, una empresa que forma parte activa del propio desarrollo de nuestro Barrio Alto. No se trata de una persona que tenga su local aquí, sino de una acción viva y en marcha. Eso es lo que representa esta empresa, como muchas otras y sobre todo, supongo que más aún desde el despegue en estos aspectos, en aquel año noventa y cinco. “Sí, porque yo recuerdo que en la esquina de la calle la Sal con la calle San Juan existía una especie de muro invisible . El ciudadano llegaba hasta allí y se daba la vuelta. Había como un cartel imaginario que rezaba: “no pases de este sito, porque a lo mejor no se vuelve a saber de ti”. Era un lema que estaba en el imaginario de la gente y nadie subía a la Plaza Alta. Hemos vivido transformaciones como los grandes proyectos de la época: el parking de Santa María, la recuperación de la Plaza Alta o la construcción de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación entre otras muchas cosas. Hemos sido testigos en primera persona y eso es todo un privilegio porque fueron grandes cambios”.
Supongo que, en lo personal, para Ignacio Sánchez Rubio, también habrá resultado todo un privilegio mirar atrás y sentirse parte activa de esos cambios a mejor. De algún modo, ser parte de la historia de la ciudad. Por eso, le pido que mire unos instantes por el retrovisor. “Es un lujo tener la posibilidad de transformar el entorno en el que vives y ayudar a mejorarlo sin necesidad de ningún tipo de reconocimiento, solo la satisfacción de haber participado en la idea de originar estas cosas. Mis hijos han nacido y han desarrollado su infancia aquí. Cosa que, dicho sea de paso, ha tenido su coste. Recuerdo que cuando vivieron la niñez, en el noventa y siete, en la puerta de mi casa tenía una garrafa de legía para usarla al salir de casa porque, a veces, por ejemplo, encontrábamos jeringuillas incluso con restos de sangre de haberse pinchado los yonquis allí. Para mi familia ha sido duro aunque les ha entusiasmado el hecho de vivir aquí en unos momentos en los que el propio entorno te invitaba a marcharte. Hubo gente que no se fue, sencillamente, porque no podían irse, porque si no, se hubiesen marchado. Las dos caras de la moneda: por un lado esa satisfacción de colaborar para mejorarlo todo y por otro, la manera tan dura de tener que vivirlo. Pero es un orgullo y yo agradezco a mi familia que hayan superado estas circunstancias y me hayan apoyado”.
Una vez más aparece esa afirmación del barrio de los contrastes. Quiero hablar de futuro, de cómo lo vislumbra Ignacio. “El consorcio para mí, es la guinda del pastel pero esto requiere de un esfuerzo mucho más grande que debe provenir de otros mecanismos. Quiero recordar que a finales de los años noventa se pusieron los cimientos para una gran recuperación de esta zona, pero tuvimos la mala suerte de que, en el año dos mil siete, un banco americano se hundió y arrastró a todo el mundo hacia una gran crisis. Se produjo un gran corte en la financiación de bancos para el desarrollo de vivienda y hubo un parón que ha significado una vuelta atrás. Todos los espacios que no se recuperan se llenan de marginalidad: prostitución delincuencia, drogas, etc”.
Desde hace muchos años, Ignacio tiene la oficina de la empresa en la calle Amparo y antes en la calle Montesinos. Siempre su trabajo y su vida aparecen ligados al Barrio Alto. “Esa gente joven que han querido apostar por esta zona son auténticos héroes porque lo han hecho en un ambiente hostil y con todo en contra. Promover una casa aquí es mucho más costoso que en otros lugares. Existen servidumbres relacionadas con los restos arqueológicos o, por ejemplo, resulta muy complicado que entren grandes camiones. A veces hasta es difícil que un repartidor te venga a traer algo a tu oficina. Bien desde el Consorcio o desde las Administraciones, no pido que nos ayuden o nos empujen si no que nos despejen el camino; mi carro lo empujo yo pero que no me pongan piedras en el camino. Con esa premisa como clave, el futuro de nuestro Casco Antiguo prometería y mucho”.