«La calle te da cosas que no te da un local. El cariño del público es absolutamente sincero, sin filtros. En un local pagan una entrada y a lo mejor no quedan luego satisfechos. Pero la calle es un juez muy fino, con gente diferente y no está pagado. Yo he tocado fuera de España, en muchos lugares del mundo y conozco bien el sentir de la gente. Sin duda, me quedo con Badajoz y su Casco Antiguo».
Tan solo dos días después de que la calle Menacho haya albergado un racimo de actividades en un sábado de sol que invitaba al ciudadano a participar de ellas, la rutina del Barrio Alto vuelve a recordarme que este, sin ninguna duda, es sobre todo el barrio de las artes. Camino por Menacho con la banda sonora de las teclas del piano de Álvaro Castro, uno de los músicos que toca mejor al aire libre que encerrado en una sala y que, tal vez de forma inconsciente, consigue, al igual que otros muchos que voy encontrándome siempre por aquí, que ese trocito de melodía haga de un lunes, una jornada un poco más especial. Sí, porque la música es el lenguaje universal y la prueba más evidente de ello, es que aunque no lo puedo ver, imagino que la gente se para ante el piano de Álvaro porque con la música que toca llega a acariciarles el alma. Todo viandante con un poco de sensibilidad sucumbe ante un momento, solo un momento de paz, calma y sosiego para después, reanudar su marcha y seguir plantándole cara al estrés y a esta vida de prisas que nos hemos autoimpuesto. Pues bien, lo mismo hago yo, solo que aprovecho la ocasión para charlar con él y de este modo, brindar mi particular y sencillo homenaje a todos y cada uno de los músicos callejeros de nuestro Casco Antiguo que, con sus notas pulverizan el aire de buena vibra y nos recuerdan que la vida en general y en particular la que se vive en el corazón de Badajoz, es bella y toda esa belleza puede llegar a caber en ese minuto en el que nos paramos ante las teclas de un piano para escuchar y emocionarnos con su sinfonía.
Así, hoy no hay quedada previa, hoy es un lunes especial y espontáneo: la culpable es la música. Por eso, me acerco y le pido que siga tocando un poco más mientras le explico e introduzco la entrevista. Lo sabía; sabía que me iba a encontrar una persona abierta a charlar, a contarme y lo sé porque es músico, ni más ni menos. Mientras, Menacho cambia su devenir, parece que nos sonríe a los dos y todo por efecto de la magia de la que nos empapa la música. “Me llamo Álvaro Castro y soy de Córdoba aunque llevo ya muchos años en Badajoz. Aquí estoy detrás de un piano acústico que puede pesar unos cincuenta kilos y que este carro con ruedas se encarga de hacerlo más liviano”. Gran invento, el de la rueda, le comento porque, en parte gracias a este mecanismo, podemos contar con el privilegio de escucharle tocar en la calle.
Pero quiero saberlo todo de él; quién es y qué hace en Badajoz. “Soy músico y comencé en su momento a salir a la calle para regalar melodías con un teclado. Pero me gusta el piano y me propuse llevar uno de verdad a la calle. Solo hay que querer moverlo. No es tan complicado. La calle te da cosas que no te da un local. El cariño del público es absolutamente sincero, sin filtros. En un local pagan una entrada y a lo mejor no quedan luego satisfechos. Pero la calle es un juez muy fino, con gente diferente y no está pagado. Yo he tocado fuera de España, en muchos lugares del mundo y conozco bien el sentir de la gente. Aquí a Badajoz llegué porque me trajo la vida. Mi pareja, mis estudios profesionales, etc”.
Álvaro es músico desde pequeño, según me cuenta. “Estudié en el Conservatorio de Córdoba. Me enganchó mucho el jazz, pero también la armonía moderna y otro tipo de acordes. Tuve la oportunidad de poder elegir y me vine a Badajoz. Estamos encantados mi pareja y yo de lo que nos encontramos aquí porque no nos gustan las ciudades excesivamente grandes y Badajoz tiene un encanto especial”.
Quizá haya percibido ese encanto del que habla Álvaro Castro, precisamente por beberlo directamente del ciudadano ya que su público son los viandantes y su escenario, la calle. “Ahora además he terminado el curso en el conservatorio y no comienzo hasta septiembre. Realmente siempre hay gente que te aparece con cariño incluso te trae una cerveza con una tapa y piensas que, entre eso y tu piano, estás de maravilla y no puedes pedirle más a la vida. La gente cada día es distinta, nada es rutinario”. Reparo en sus partituras y le explico que yo no las puedo ver y que me cuente qué es lo que toca. “Pues de todo. Puedo tocar desde bandas sonoras como la tan conocida del Piano, fundirla con la Para Elisa y después enlazar con una pieza de jazz. También me piden algunas obras y trato de satisfacer los deseos de quien me lo solicita, incluso tomo nota y me la preparo para otro día”.
Con lo grande que es Badajoz y aunque puedo conocer, en parte su respuesta, quiero que me cuente la razón por la que se sitúa aquí mismo en el Casco Antiguo y no en otro lugar. “Me encantan las calles peatonales y la calle Menacho es estrecha, íntima y hay un flujo continuo de gente que se me antoja mi público improvisado pero agradecido. Se vuelve un paseo agradable en el que trato de compartir mi música. Lo malo es que no puedo explorar todo lo que quisiera el Casco porque voy con el carro pero lo que he visto, aun habiendo tocado en ciudades grandes como Barcelona, París o Granada, me lo quedo en el corazón. No puedo con las ciudades grandes. Prefiero Badajoz y por desgracia hay gente que no lo valora. Aquí no existe caos ni esa sensación de ritmo de vida trepidante. Además, aunque dicen que en esta zona hay inseguridad, yo no he tenido ningún problema por ahora con nada. Incluso cuando voy a pasear por la Plaza Alta me he sentido muy muy bien. El Casco acoge a todo el mundo, pero de manera especial, sin duda, a nosotros, los artistas y con eso me quedo”.