“Este Casco de ahora, el Casco del “Azabache”, lo considero mucho más abierto. Se ha vuelto más participativo y se ha abierto el abanico de edades. Creo que esto es porque todo el mundo estamos haciendo las cosas bien, no solo los hosteleros, también los comerciantes y el propio público en general. Además, las mejoras son muchísimas; tú puedes pasear ahora por el Casco Antiguo y está mucho más limpio que hace siete años. La inseguridad ahora casi ha desaparecido y se ha hecho un barrio mucho más agradable. Estoy observando también, generaciones ya mayores, que vuelven con sus niños pequeños y creo que estamos ante un buen momento para el centro”.
Para las personas ciegas o con baja visión, como es mi caso, comer en un restaurante o asistir a un cóctel, por ejemplo, puede suponer un poco de complicación, si es que no se cuenta con la ayuda de algún familiar o conocido, o si los camareros del evento no están formados adecuadamente, para tratar estas situaciones. Eso enseguida se nota. La forma en la que te indican lo que te van sirviendo, si te comentan qué hay en el plato y en qué lugar del mismo se encuentra cada alimento; esto último se describe muy bien con la técnica del reloj. Como si el plato fuese un reloj de los tradicionales, de 12 horas y mediante la ubicación de las agujas, se hace el símil. Huevos a las doce y patatas a las seis, por ejemplo. Este comportamiento, además de otras cosas, son la clave para identificar si un camarero conoce cómo servir a una persona con discapacidad visual o si, por contra, no tiene ni idea. Yo no me callo. Soy de las que conciencia e informa y cuando voy a algún restaurante en el que no me conocen y noto que no me entero de lo que tengo delante o el camarero es de estos que viene rápido, coloca lo que sea y se marcha, que de eso me da una rabia inmensa, cuando vuelve a mi mesa, le paro y le comento la peculiaridad porque creo que todo en esta vida, o casi todo es aprendizaje y esto, pues también. Una vez en Madrid, recuerdo mientras camino en busca de mi protagonista d esta semana, estuvimos una amiga también ciega y yo, esperando la cuenta más de media hora, sin exagerar, y teníamos el papel encima de la mesa. La camarera nos anunció que nos la había dejado ahí. Pues si no dijo nada, como fue el caso, ahí se podía haber quedado el papel con la cuenta años y años. Estas son las excepciones, porque casi siempre el trato es genial y los hosteleros son uno de los sectores que más se implican con nosotros, pero un garbanzo negro, amarga todo el cocido, hablando precisamente de comida
. Pero con Tarra, o sea con José Antonio Recio que es uno de los propietarios del restaurante “Azabache”, jamás me ha sucedido esto. Todo lo contrario y es porque él, como muchos otros hosteleros de Badajoz y sobre todo del centro debido a la ubicación de la Delegación de la ONCE, saben muy bien como tratar a los clientes ciegos y de hecho, llevan años haciéndolo. Un bar frecuentado por este tipo de público se caracteriza porque, nada más entrar, cualquiera que esté tras la barra o sirviendo, ya te llama a viva voz para que sepas que te han visto. A partir de ahí estás en el paraíso. Te quedas clavada en un lugar en el que no entorpezcas demasiado y sabes a ciencia cierta que van a venir por ti y te van a acompañar a una mesa. Eso es lo que ocurre, punto por punto, tal y como lo he descrito, esta mañana en la que entro en el nuevo “Azabache” que ahora es más luminoso y moderno, pero que no tiene mucho contraste entre el suelo y las mesas que resultan casi casi del mismo color. Por lo demás, rampa en la puerta y una estancia lo suficientemente pequeña para que Tarra me vea entrar y me diga: “hombre, señorita”, siempre me llama así, “ahora mismo estoy contigo”. Y eso hace. Me trae un café que me sienta a gloria con el frío que traigo y ocupa la silla que hay frente a mi en la mesa que me ha reservado para la entrevista.
Bromeo con Tarra y le digo que es una maravilla que a la prensa la traten así de bien. Tras una corta reflexión sobre la apertura o reapertura, según se mire, del edificio del Hospital Provincial que lo tienen en frente, comenzamos para no ir más por las ramas y la primera y tradicional pregunta es la de siempre: ¿quién es José Antonio Recio, alias Tarra?. “Es un chico que se viene de Cheles a buscarse el porvenir”. Tengo que saber por qué ese sobrenombre por el que le conocemos todos. ¿Por qué te llaman Tarra?. “Pues es un mote cariñoso que me puso mi padre desde pequeño, por Tarradellas, pues se quedó en Tarra. Y de hecho, soy mundialmente conocido como “Tarra”. Digo lo de “mundialmente” porque también me conocen en Portugal y entonces soy internacional. Pero Tarra es un chico modesto que llegó del pueblo a Badajoz hace ya algunos años para trabajar en hostelería. Venía con una preparación previa de la Escuela de Hostelería de las Palmas de Gran Canaria y comencé detrás de la barra del “Tranvía”, en el Polígono Industrial el Nevero. Más tarde emprendí mi propio camino con el restaurante “Lex”, en San Roque, que fue todo un referente. Continué luego en otros sitios y ahora, recientemente vuelvo al centro dando este paso pequeñito y modesto pero con muchas ilusiones y cariño”.
Tarra es un “hostelero social”, le digo, refiriéndome a su saber tratar con los clientes que tienen discapacidad visual, tanto como trabajador del grupo Ilunion, como en sus años en el “Boche” muy cerca también de la ONCE. “Pues recuerdo varios congresos de la organización en los que había muchos clientes ciegos y se aprendían diferentes aspectos relacionados con el trato, sí. En esos eventos que he hecho con ellos me lo he pasado genial porque son una gente encantadora. De hecho, tras mis años en el “Boche”, ahora tengo mis seguidores y vienen aquí al “Azabache”, tanto a desayunar como a comer o cenar”.
Quiero saber cuando empieza el periplo de Tarra por el Casco Antiguo para hacerme idea de toda su experiencia en esta zona de Badajoz. “Hace siete años yo estaba trabajando en la “Taberna de Cuso”, en la calle Obispo y también hice alguna cosa en su pub, en la calle San Agustín. Ahí fue donde comencé en el centro”.
Me intereso por la verdadera razón que mantiene en el Barrio Alto, al menos hasta hoy, a Tarra y a su familia y por saber cómo se veía ese centro entonces y el motivo de seguir hoy por hoy. “LO que más me gusta de trabajar en el centro son, sin duda, los fines de semana. Esa sensación de desconectar de la vida rutinaria en los que la gente se lo toma todo con alegría y resulta super fácil trabajar. El centro motiva mucho en cuanto al tema ocio. Ves a la gente pasárselo bien. Puedes ir a otras zonas como la Urbanización Guadiana o Valdepasillas, pero pese a haber ambiente, allí todo es distinto. Aquí la gente se conoce más, hay un trato más sencillo y directo entre todos y te gusta trabajar así”.
Le pido a Tarra que analice, durante estos siete años, qué cosas han cambiado en el Casco, para bien o para mal. “Este Casco de ahora, el Casco del “Azabache”, lo considero mucho más abierto. Se ha vuelto más participativo y se ha abierto el abanico de edades. Creo que esto es porque todo el mundo estamos haciendo las cosas bien, no solo los hosteleros, también los comerciantes y el propio público en general. Además, las mejoras son muchísimas; tú puedes pasear ahora por el Casco Antiguo y está mucho más limpio que hace siete años. La inseguridad ahora casi ha desaparecido y se ha hecho un barrio mucho más agradable. Estoy observando también, generaciones ya mayores, que vuelven con sus niños pequeños y creo que estamos ante un buen momento para el centro”.
Le pido que me hable de este nuevo local que, junto con su mujer y un amigo, además de otros empleados, han hecho funcionar desde hace ya algo más de dos meses. “El “Azabache” surge porque un día lo plantea mi mujer. Tenemos una hija y ella no podía conciliar horarios cuando estábamos en el “Boche”. Un amigo, abogado concursal, nos habló de este local y de las ventajas que tendría cogerlo. Que si estaba cerca del López de Ayala, del Hospital Provincial, que si tenía una buena carpa exterior etc.Al final pues nos metimos en el embolado. Mi mujer habló con Pedro, mi socio y amigo, y ambos me convencieron y aquí estamos. El nombre se lo debo a un gran hostelero que se llama Miguel, es de Huelva y tiene allí un restaurante que se llama precisamente “Azabache”. Un día de broma le dije que en el caso de que llegase a montar algo, le pondría ese nombre y así lo he hecho”.